ELECCIONES GENERALES
SÁBADO 7-6-86
Cuaderno de notas
Estaba «de oyente» y ahora dice que se va. Que no quiere hacerse viejo; en política Conmovedor.
Resignar la púrpura con tanta naturalidad, sobre todo cuando no se fija plazo, es una de las maneras que
Alfonso Guerra tiene de empeñar su palabra.
Pero el caso es que lo ha dicho: «Me voy.» Antes procuró que saliera del Gobierno Miguel Boyer y hasta
se halló a punto de conseguir liquidar el mandato de Nicolás Redondo en UGT, intrigando no poco con
Corcuera.
Ahora ya lo saben quienes aspiran en el PSOE a abrirse paso. Alfonso Guerra no será un obstáculo en el
futuro, No se sabe a dónde se irá en este viaje sin aparente retomo que no compromete a nada porque no
tiene fijada fecha. Pero como ha pregonado su futura marcha y él nunca miente, hay que partir de la base
de que se va. Del mismo modo que un día manifestó que estaba «de oyente» en el Gobierno y así ha
continuado sin perjuicio dé participar antes en la elaboración de la crisis de Gobierno de julio de 1965.
A uno esta despedida anticipada de Alfonso Guerra le recuerda los pronósticos que todo mortal hace
sobre su propio deceso. Ya lo dijo César Vallejo: «Me moriré en París con aguacero...»
Es probable que Alfonso Guerra acumule nubes tormentosas sobre su propia cabeza antes de que la
trampilla teatral se abra bajo sus pies. El «oyente» convertido en coordinador de la campaña electoral
felipista ha hecho demasiado daño interno al partido y a bastantes de sus afiliados. Seguramente, aunque
todos estamos persuadidos de que teatraliza el papel dé malo frente a Felipe, es el personaje más odiado -
también el más temido- del irreconocible PSOE.
En eso de dejar irreconocibles las cosas y las situaciones, Alfonso Guerra es un especialista. España ha
entrado en su catálogo de realidades transformables. «A España -según él- no la conocerá ni la madre que
la parió» dentro de unos años. Es decir, dentro de tos años que Guerra piensa mantenerse en el Poder sin
pensar en la retirada.
Hay una cosa que España no merece. Y es tener políticos como Alfonso Guerra. Por eso, el simple hecho
de que por su pensamiento haya cruzado la idea de que debe retirarse antes de que la vejez precipite su
jubilación ha de ser tomada como una de esas mentiras piadosas que tanto alivian a determinados
pacientes.
Un sencillo examen de esa relación de políticos que han medrado en el partido porque son amigos de
Guerra y una ojeada al repertorio de nombres arrinconados porque no supieron o no quisieron cortejarle,
nos da la medida de todo lo que es capaz de hacer este transformador de las realidades hispanas.
Pero se va «sine die». Se nos marcha sin plazo. Algún día miraremos a nuestro alrededor y no le
hallaremos. Como le ocurrió a cierto general que se murió en la cama. Y del que se cantaban adioses
enredados en letras populares.
Lorenzo CONTRERAS