Campaña de andar y ver
Un voto por Azorín
En e) bar de Monóvar hablaban de tos budistas. Y decían que ésos son el único misterio a la hora del
voto. La mayoría del pueblo la arrastra el PSOE.
—Pero vaya usted a preguntarles —dijo un parroquiano—, que es gente que le atenderá muy bien.
Allá fui, por un camino polvoriento entre palmeras y cañas que gemían a los martillazos de unas lejanas
canteras de mármol.
El centro, a ocho kilómetros del pueblo, se llama Nagaryuna, y un cartel añade que es un «lugar de
estudios tibetanos». Había una tienda de campaña enorme, con el altar arrasado y la tapicería rasgada.
Una perra inofensiva y preñada merodeaba, muy triste. Entre la casa y un automóvil deshecho, de color
amarillo, flotaba en el fango la zapatilla de un niño. Era una escena como de matanza o de extraño
abandono.
En el pueblo de Azorín nadie sabía el paradero de los budistas. Alguien dijo: «Se han ido para no votar.»
Otro le corrigió: «Han huido a la Alpujarra, con su jefe, que vino el otro día a verlos.»
Tal vez estaban trabajando al otro lado de las canteras, o meditaban con el niño de la zapatilla en brazos
en una cueva. Eso no se sabe. Es un misterio y a Monóvar le gusta el misterio.
En la plaza del Ayuntamiento preparaban un mitin. La Casa Consistorial y cárceles del partido estaba
llena de enfermos y cuidados con su foto de carné en la mano.
—¿Y esto? —pregunté.
—Esto es que ahora podemos hacernos la renovación del DNI sin ir a Elda. Lo resuelven ya aquí.
Y hablaban de política y de las huertas con menos entusiasmo que de la televisión, que ya es decir.
—Ya le he dicho a usted —repitió un tipo nervioso— que aquí el pueblo es del PSOE y lo ha sido toda la
vida.
Unos mecánicos electricistas del partido llegaron con la furgoneta cargada de altavoces, cables y
amplificadores. Decía uno: «Venimos a acondicionar el sonido del salón». Entraron los trastos y subieron
triunfales por la escalera central.
En la plaza se echa de menos una estatua de Azorín, que nació aquí. Hay flechas que señalan hacia la
Casa-museo donde, gracias a la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, tienen ya toda la Memorabilía del
escritor embalsamada y como si dijéramos metida en una libreta al 7 por 100 de interés.
El conservador del museo cree que algo así como la mitad de los habitantes del pueblo (unos seis mil) han
visitado el lugar. Y el busto, que debiera estar fuera (un bronce de José Palacios, del año treinta), está
dentro.
—Este mismo busto —explica el conservador, José Paya— fue arrastrado por las calles del pueblo en el
año 1936. Lo sacaron de la escuela Cervantes y lo echaron por ahí. Azorín ya no volvió a poner los pies
en Monóvar, aunque escribió cosas hermosas de este lugar y de la gente de aquí.
No es fácil encontrar, siquiera, un libro del maestro. A Francisco Martínez le queda sólo «postdata» en la
papelería. «No me lo piden», dice levantando los hombros.
Y sin embargo se tiene la impresión de que Monóvar siente a Azorín y que Azorín existe en Monóvar,
luego de haber sobrevivido a dos Repúblicas, dos dictaduras y dos periodos monárquicos.
La Casa-museo, que parece abrumada por un edificio de siete absurdas plantas en la misma calle de
Salamanca, cuenta también con una biblioteca pública. Es pequeña y modesta. Los estudiantes del pueblo
están allí, leyendo delante de su retrato. Quizá alguno tropezará con aquella frase: «Yo, en Monóvar
—retraído a la fuerza— sí sentía que la fama con voz pregonera no cantara mi nombre.»
Desde la Casa Consistorial seguían probando los del PSOE sus altavoces: «Un, dos, tres, tres, dos, uno,
cambio, por el cambio...»
Y luego llegaron los cuatro oradores muy bien peinados, con gesto de haber hablado ya, cien veces, de lo
mismo, de lo que todos ya sabemos.—Ignacio CARRION