La ingenua astucia del programa socialista
Por Ramón HERMOSILLA
Asi da gusto. El PSOE —para intentar el triunfo en las elecciones— se viste de cuasi-conservador. Se
acabaron los radicalismos y los revolucíona-rismos. A los mítines, los oradores socialistas-marxistas han
de ir con corbata y, si es posible, los organizadores han de colocar jarrones, con claveles, en el estrado.
Por supuesto, están excluidos los gritos reivindicativos y, al final, en lugar de cantarse «La Internacional»,
se tararea una canción incolora. Don Felipe González habla a los electores como cuenta la historia, un
líder de Acción Popular de los años treinta y don Alfonso Guerra habla y ofrece a los empresarios
estímulos, incentivos, flexibilidad de despidos y «moderación salarial». Ambos a dúo tranquilizan a los
banqueros: no habrá nacionalizaciones, por el momento, lo cual no quiere decir que consolidadas para el
PSOE sus opciones de Poder, planteen el tema en virtud de «nuevas condiciones objetivas que las hagan
aconsejables».
En fin, que por ofrecer no queda: a los parados, trabajo; a los empresarios, congelaciones de jornales; a
los obreros y empleados, jornadas semanales reducidas y aumento del período de vacaciones. Jauja. Este
va a ser un país feliz.
Los socialistas se proponen hacer que todos los días caiga un maná para todos. Se ha reivindicado la
«mesocracia», que fue un proyecto propuesto en las Cortes de la República por un diputado y que, entre
otras aleluyas, contenía la iniciativa de colocar en las esquinas unas espitas de ías que manaría, a simple
vuelta del resorte, una sustancia alimenticia que el autor de la idea llamaba «la papilla integral», y que
vendría a ser como la «sopa boba» que daban en tos conventos; sólo que aquella sería sufragada por el
Estado y alcanzaría a todos los ciudadanos.
¿De dónde va a salir el dinero para esa gran operación que postula el programa electoral del PSOE?
Naturalmente, del presupuesto general del Estado. Por la vía de las obras directas que el Gobierno habría
de realizar —carreteras, puentes, represas, túneles, viaductos, viviendas—, o mediante la ayuda que el
Gobierno facilitaría a la empresa privada en forma de créditos, subsanación de déficit, liberación de
cargas, exenciones de impuestos y otros atractivos que estimulasen al empresario a invertir y reinvertir.
En suma, la nodriza, estatal, según el PSOE, ha de tomar a su cargo el maravilloso e ingenioso programa;
el costo del mismo habría de repartirse entre todos.
Hemos de preguntarnos cómo va a producirse ese reparto de las cargas, pues, que se sepa, solo existen
dos maneras: o a tanto por cabeza indiscriminadamente, con lo cual la gran mayoría, que son los
asalariados, recibirán por un lado lo que les quitan por otro y no les alcanzará su propio sueldo para
contribuir al de los demás, o mediante la filosofía de que pague más quien más tenga. Hemos de suponer
que prevalecerá esto último y por ello seguimos preguntando: ¿Quiénes son los que más tienen? La
respuesta está al alcance de cualquiera: sólo dos clases de españoles, la de los ricos «por su casa», o sea,
los de familia y herencia, y los creadores de riquezas nuevas, es decir, los empresarios e industriales. De
las ricas familias de antaño ya quedan pocas y esas pocas que quedan, aunque sean utilizadas como
blanco de las exigencias demagógicas, no parece que puedan aportar soluciones que engrasen efectiva y
eficazmente las arcas del Estado. La solución al problema ••´je se propone plantear el PSOE está en una
reforma agraria basada en incautación de tierras, porque las tierras han de ser trabajadas para que sean
productivas; y las clases trabajadoras de hoy lo que quieren es trabajar conducidos seriamente y
posibilidad de progreso y no recibir ese maná que Íes prometen, en forma de sueldos o subsidios de la
Administración.
De modo que queda como único recurso para la producción de riqueza y para la fuente de ingresos al
Estado, el empresario; es decir. tos impuestos que graven la actividad empresarial. Ya sea por la vía de
incrementar el gasto público, como por la dinamización de la actividad privada, la financiación del
programa sólo puede producirse a través del aumento de la carga impositiva; esto es, recayendo sobre la
industria y el comercio. Y si ya ahora los comerciantes y los industriales están ahogados y no saben cómo
resolver sus actuales problemas, expliqúese en qué forma se van a incrementar aún más sus
contribuciones.
Claro que hay una forma de realizar el programa socialista. Si el Gobierno se propone duplicar o quizá
triplicar el gasto y es una verdad de «perogrullo» que, para ello habrá de duplicarse o triplicarse la
recaudación; y otra verdad del mismo autor, es que esta recaudación resulta agotadora y/o imposible,
existe el prodigioso recurso —al que apelan todos los Gobiernos que caen en este error—, de emitir más y
más moneda sin respaldo. Seguramente ésta será, junto al endeudamiento exterior, el resorte que
emplearían los que así piensan si llegaran al Poder. Porque sólo de ese modo pueden compaginar entre sí
extremos tan inconciliables como son el aumento del gasto y la disminución de la recaudación.
En consecuencia, los Ministerios firmarán cheques y el Banco de España ordenará la fabricación de
cuantos billetes sean necesarios para pagarlos. La diferencia entre el gasto y el ingreso quedaría cubierta
por una inundación de papel moneda. No vamos a descubrir ahora el Mediterráneo si señalamos que
cuando se emiten dos pesetas de papel con respaldo de una sola, las dos que salen lo hacen
desvalorizadas, reducidas exactamente a la mitad. ¿Qué significa esta pérdida de valor, dicha en lenguaje
que pueda ser entendido por el pueblo llano? Pues que con dos pesetas se comprará igual que antes se
compraba con el valor de una sola; es decir, que tos precios de los productos subirán hasta duplicarse.
¿Cómo repercute esa desvalorización monetaria —además— en el mercado exportador-importador? Fácil
es imaginarlo: las exportaciones no serán pagadas con la mitad de las divisas y las importaciones nos
costarán el doble. Los productos extranjeros imprescindibles, que ahora cuestan una peseta, nos costarán
dos, mientras que los productos españoles que ahora enviamos a los mercados del mundo se valorarán en
una peseta cuando ahora se valoran en dos.
El programa socialista es impracticable. Es una quimera. En el caso de que España Negara a ser
gobernada por los socialistas y pusieran en práctica el programa que anuncian, se provocaría una
catástrofe de tales dimensiones e irreversibilidad, que España pasaría, no ya al Tercer Mundo —que es un
mundo en desarrollo y por tanto en ascenso—, sino al cuarto mundo, al de los países en declive e irrecu-
perables.