Algunas razones más para votar al PSOE
La Historia de España no ha sido pródiga en periodos en los que la convivencia y el avance hacia la
justicia fueran duraderos. Desde comienzos del siglo XIX, la España contemporánea no ha cesado de
buscar un marco de convivencia libre y pacífica entre todos los ciudadanos y los pueblos que la
componen. Hoy se puede afirmar sin pecar de voluntarismo que nunca, en siglo y medio de historia, se ha
encontrado España en condiciones más favorables para la estabilización definitiva de la democracia y
para la adquisición plena de los derechos de ciudadanía. La sociedad española actual está superando los
desgarramientos sociales que la caracterizaron en el pasado. La inestabilidad política y el atraso
económico en que se iniciaron experiencias democráticas y progresistas anteriores. Hoy, nuestra sociedad
muestra una homogeneidad mayor y una disposición superior a la convivencia pacífica.
La economía española, a pesar de la crisis por la que atraviesa, las contradicciones que la caracterizan y
su desfase tecnológico, es ya una economía industrial con posibilidades de crecimiento y con una renta
«per capita» por habitante que nos sitúa en el contexto de las sociedades desarrolladas de la Tierra.
El marco internacional, por inquietantes que aparezcan algunos de los últimos signos, no deja de ser muy
diferente del de los años treinta, cuando iniciamos la última andadura hacia el progreso en nuestro país.
Por todo ello, tanto por las condiciones sociales e ideológicas como por las económicas, España puede, y
debe, marchar firmemente hacia la libertad, constituyéndose como nación democrática y progresista
estable.
Por Javier SOLANA
Nuestro ordenamiento constitucional plasmó con acierto un modelo de convivencia social, de libertades y
de derechos individuales y colectivos, que ofrecen el marco ideal para modernizar el país dentro del
espíritu pacificador y constructivo que la Corona ha promovido, en armonía con el sentir del pueblo.
En las próximas elecciones, los ciudadanos tendrán que decidir con su voto quién está en mejores
condiciones para consolidar esta empresa que aparece como aspiración de una mayoría de españoles. Una
izquierda moderna, europeizada y seria o una derecha fragmentada, erosionada y débil.
Una derecha que, desde el Gobierno, ha permitido que su representación política se disolviera ante los
ojos atónitos de los ciudadanos, y que ha frustrado repetidamente las esperanzas de modernización y de
transparencia de las estructuras del Estado, de la sociedad y de la economía, enredándose en prácticas
oportunistas hasta quedar paralizada.
O, por el contrario, el PSOE, que ha demostrado su profundo sentido de la responsabilidad conjugando
durante este periodo el lícito e imprescindible papel de oposición con el de facilitar sensatamente la go-
bernación y la estabilidad de las instituciones.
El Gobierno que surja de las próximas elecciones tendrá que cumplir un doble objetivo. De una parte, lo
que yo calificaría de objetivo nacional y, de otra, un objetivo de solidaridad. El primero consiste en
romper las ataduras que impiden que España atraviese el umbral de la modernidad y que debe permear
toda la acción de Gobierno: la cultura, el sistema educativo, las libertades, la investigación y la
tecnología, las relaciones entre lo privado y lo público, la fragmentación social, la posición de España en
el mundo. Completar la construcción del Estado de las autonomías, resolviendo el contencioso histórico
de España. El PSOE se ha convertido en la única fuerza política con implantación en toda España, lo que
le configura como vehículo de identidad nacional, situándole en condiciones muy favorables para, desde
una perspectiva solidaria, terminar el desarrollo autonómico.
La solidaridad —sumarse a la causa de otros, como la define nuestro diccionario— implica empedrar el
camino para una salida de la crisis más equitativa. Sumarse a la causa de los más débiles, que al fin y al
cabo es aquí donde se manifiesta la estatura moral de una sociedad. En este aspecto, sin duda, el PSOE se
encuentra en situación más favorable.
Es necesario, para que las esperanzas depositadas por la sociedad no se frustren, un importante cambio en
la gobernación de nuestro país, tanto en los objetivos cuanto en los comportamientos y talantes. Ese
cambio debe estar liderado por el PSOE, única fuerza política con cohesión y coherencia suficiente para
conseguir el consenso social en cuanto a las cuestiones básicas que deben definir nuestra nación en esta
hora: valores sociales, eco nómicos, culturales, etcétera, ante la manifiesta incapacidad de realizarlo por la
derecha gobernante.
Hoy existe en España más miedo a la continuidad que al cambio; más temor al pasado, convertido en
presente, que al futuro.
La ingenua astucia del programa socialista
Por Ramón HERMOSILLA
Así da gusto
El PSOE —para intentar el triunfo en las elecciones— se viste de cuasi-conservador. Se acabaron los
radicalismos y los revolucionarismos. A los mítines, los oradores socialistas-marxistas han de ir con
corbata y, si es posible, los organizadores han de colocar jarrones, con claveles, en el estrado. Por
supuesto, están excluidos los gritos reivindicativos y, al final, en lugar de cantarse «La Internacional», se
tararea una canción incolora. Don Felipe González habla a tos electores como cuenta la historia, un líder
de Acción Popular de los años treinta y don Alfonso Guerra habla y ofrece a los empresarios estímulos,
incentivos, flexibilidad de despidos y «moderación salarial». Ambos a duo tranquilizan a los banqueros:
no habrá nacionalizaciones, por el momento, lo cual no quiere decir que consolidadas para el PSOE sus
opciones de Poder, planteen el tema en virtud de «nuevas condiciones objetivas que las hagan
aconsejables».
En fin, que por ofrecer no queda: a los parados, trabajo; a los empresarios, congelaciones de jornales; a
los obreros y empleados, jornadas semanales reducidas y aumento del período de vacaciones. Jauja. Este
va a ser un país feliz.
Los socialistas se proponen hacer que todos los días caiga un maná para todos. Se ha reivindicado la
«mesocracia», que fue un proyecto propuesto en las Cortes de la República por un diputado y que, entre
otras aleluyas, contenía la iniciativa de colocar en las esquinas unas espitas de las que manaría, a simple
vuelta del resorte, una sustancia alimenticia que el autor de la idea llamaba «la papilla integral», y que
vendría a ser como la «sopa boba» que daban en los conventos; sólo que aquella sería sufragada por el
Estado y alcanzaría a todos los ciudadanos.
¿De dónde va a salir el dinero para esa gran operación que postula el programa electoral del PSOE?
Naturalmente, del presupuesto general del Estado, Por la vía de las obras directas que el Gobierno habría
de realizar —carreteras, puentes, represas, túneles, viaductos, viviendas—, o mediante la ayuda que el
Gobierno facilitaría a la empresa privada en forma de créditos, subsanación de déficit, liberación de
cargas, exenciones de impuestos y otros atractivos que estimulasen al empresario a invertir y reinvertir.
En suma, la nodriza, estatal, según el PSOE, ha de tomar a su cargo el maravilloso e ingenioso programa;
el