De ayer a hoy
Todos socialistas
Las encuestas más tecnificadas dicen que as elecciones van a ganarlas los socialistas. En cuanto a si van a
ganarlas con mayoría absoluta o no, eso lo deja la electrónica en manos de la Providencia. A quienes no
les guste la profecía de las computadoras tienen a su disposición aquella ingeniosidad que en su forma
original dice que los británicos, a fuerza de distraerse con cualquier cosa, como los chicos, se encontraron
entre las manos un buen día con el imperio Británico. El caso es que con un poco más que se distraigan
los socialistas, gobiernan solos.
Ganen o no los socialistas las elecciones, lo que se ve es que mucha gente arriesgada se está preparando
para ser socialista de toda la vida, después del primer paso, que fue el ser demócrata de toda la vida.
Preparan laboriosamente una oleada de fe para sus nuevas opiniones. Será esa gente, y no los «simples»
socialistas, los que pongan un cerco duro y despreciativo a las ideas de la derecha, no de otro modo que
fueron los antiguos franquistas quienes pusieron el cerco más duro a las ideas del franquismo. En realidad
esto puede interpretarse como la lucha de unos pensadores consigo mismo, la incesante y esforzada
búsqueda de la verdad coincidiendo con las conclusiones políticas de cada momento, todas ellas
profesadas sucesivamente como certidumbres eternas.
No se explican esas gentes el socialismo, pero ya están preparadas para enardecerse con esa idea
inexplicable. Se excitarán a sí mismas para sentirse arrastradas por la nueva fe, para adquirir de esa
manera la energía de los mártires, si preciso fuera, que da la casualidad que no va a ser preciso.
Naturalmente hacen abstracción de las ventajas personales, atentas únicamente al fuego que las devora, el
fuego de una causa justa. Los socialistas nunca serán lo bastante socialistas para estos iluminados
catecúmenos, que tratarán de desbarbarizarlos de sus inclinaciones burguesas. Cosa muy lógica, ya que
esas gentes sacrificadas, al tener que vivir hasta ahora entre enemigos, se mantuvieron en una alta tensión
espiritual que fue péne-trándoles el alma de un socialismo heroico, de catacumba.
Sin embargo, entre esas gentes veremos, por fortuna, hombres de gran pudor. Son los que van a hacerse
socialistas exclusivamente en aras de la reconciliación nacional. Asistiremos conmovidos a su epopeya.
Su continencia en el elogio a Felipe González —«¡No es Pablo Iglesias!», dirán entristecidos moviendo la
cabeza con resignación— probará, sin lugar a dudas, que su socialismo es nada más que una exigencia de
su amor a España. Es que el sentimiento de considerar a los socialistas enemigos mortales tes venía
atormentando hasta tal punto que, aprovechando cualquier oportunidad, por ejemplo, la presente,
sacrificarán en aras de la reconciliación un odio al que hasta ahora habían dado la suficiente importancia
como para no querer reconciliarse a ningún precio.—CANDIDO