Entre curvas, baches, mítines y cenas apresuradas, sufrimos la campaña
El rock del autobús
Los periodistas también tenemos nuestro corazoncito y lo vamos a perder. Cuando acaben los 17.000
kilómetros de su campaña electoral, Felipe González estará en la Moncloa y nosotros para el arrastre. Son
gajes del oficio.
Salamanca: Alberto ANAUT, enviado especial
Yo siempre he pensado que, mire usted por dónde, los lectores no nos lo agradecen. Por 35 pesetas no se
compra ni lo que pasa un periodista persiguiendo a un VIP para que le confirme una noticia, ni la tediosa
espera para escuchar al final (y ya por poco tiempo) a Ignacio Aguirre la referencia oficial al Consejo de
Ministros, ni mucho menos claro, el estómago de los chicos de sucesos que venderían su alma al diablo
con tal de encontrarse un muerto a tiempo que saque a flote una tarde de otoño. Lo que pasa es que nos va
la marcha.
El mito
Porque si no no se explican las venturas y desventuras que estamos viviendo los chicos de la prensa —
canallesca, según otras versiones —que nos ha tocado la suerte de ver sobre terreno cómo el candidato a
presidente de Gobierno, compañero Felipe González, llega milagrosamente sano y salvo a la Moncloa tras
recorrer sus 17.000 kilómetros largos predicando la buena nueva del cambio.
Y no es que se esté mal, que no se está, ni que yo me queje, que no lo hago porque éste es mi trabajo. Lo
que pasa es que da rabia cuando logro hablar con la redacción, oír eso de «¡cómo te lo estás pasando!», o
esa otra impertinencia de «¡qué bonito viajar tanto!», cuando uno acaba de pasar en un cuarto de hora
por Zamora, Salamanca, Lérida, Oviedo y Montoro, que es un pueblo muy tranquilo de la provincia de
Córdoba.
Nos las prometíamos muy felices con el invento del autobús del Mundial. Tal vez porque la aventura de
Andalucía, persiguiendo a Felipe perdiéndonos sistemáticamente en todas las ciudades, parecía
irrepetible. Claro que lo peor fue cuando el «partido» — aquí se llama «el partido» con una insistencia
machacona al PSOE— puso otro autobús, de esos que ya no pasan revisión, a disposición de la prensa. El
primer día (Madrid-Segovia-Valladolid-Madrid) la cosa acabó como el rosario de la aurora y sin llegar a
tiempo a oír a Felipe. Claro que, como decía el chófer, «no es que esto corra poco, es que eso corre
demasiado». Esto era nuestro autobús y eso, el de ellos.
Ganar el cielo
Hay que ver a Martín Prieto cómo se le vienen y se le van los sudores cada vez que trata de preparar una
crónica, mecido suavemente por una suspensión prodigiosa que te impide absolutamente moverte.
«Aprovecha para acabar la frase que viene una recta». José Luis se queda blanco de sólo pensarlo.
El espectáculo que damos es más bien triste. Empieza uno el día con las mejores intenciones, pero a la
media hora ya no hay nada que hacer. Porque aquí se duerme poco, se viaja mucho y al final se trabaja
casi nada. Los únicos que van bien son los de fas revistas y la prensa extranjera, que se lo toman con
calma y ya tendrán tiempo de contarlo. Para los demás esto es la guerra.
Anabella, de Radio Cadena, ha desarrollado un curioso instinto profesional de supervivencia, su
problema, como el de Diego Armario, es que tienen que mandar crónicas continuamente para los
informativos. De modo que la chica se baja en marcha del autobús, se mete en la primera casa o local
comercial que encuentra y dice: «Déjenme llamar, que si no me da un infarto.» Y la dejan. Vaya que si la
dejan. Manolo Barriopedro lleva la púrpura de haber hecho la foto de Tejero en el Congreso con mucha
naturalidad y se dedica a escaparse, en cuanto puede, del terrorífico autobús. Antxon Sarasqueta, que es
un sibarita, lo está pasando con bastante dignidad, mientras Bonifacio de la Cuadra, el chico de «El País»,
dormita o da carrete al delegado de Reuter en España, que es nuevo y se quiere enterar
de todo en diez minutos. Ricardo Martín se ha traído un maletón tremendo con equipo fotográfico y eso le
tiene comida la moral a todo el mundo menos a él; todavía no le he visto cargarlo ni una sola vez. Enrique
Cano, los días que estuvo, anduvo mucho más ligero.
Pasar, pasar
Nos aburrimos bastante. Las cosas como son. La verdad es que esto sería difícilmente soportable si no
fuera por Félix Vergara, un espécimen de Efe que tras una figura de frailón esconde un humor realmente
espectacular.
Por lo demás, se lo pueden imaginar. Comemos a 100, dormimos poco, oímos las noticias de vez en
cuando —¡cómo reconforta escuchar a Diego Armario diciendo «en estos momentos Felipe González
viaja entre Zamora y Salamanca...» y saber que nosotros vamos detrás! — , nunca encontramos nuestros
periódicos en los quioscos y andamos pidiendo favores para que nos den de cenar a las tantas.
Felipe, por su parte, bien. Los mítines —que lógicamente giran en torno a las mismas frases— aportan a
estas alturas, cuando ya llevamos 28, pocas novedades. Creo que dentro de una semana estaremos en
condiciones de hacer los coros.