Campaña de andar y ver
Con los vascos «¿Cómo quiere que le corte el pelo, señor Lavilla?», preguntó el barbero de San Sebastián
al líder de la UCD cuando éste ya se había sentado en el sillón. Y don Landelino respondió —según la
anécdota que circula en el País Vasco— con estas palabras:
—Por favor, córtemelo en silencio.
Y así empezó su parla. Y aún sigue, pues ya se sabe que don Landelino es una máquina de fabricar frases
sin puntos y aparte. Que nadie le interrumpa.
Pamplona se ha llenado de canelones agresivos y de señores que siguen yendo a las pastelerías, a la hora
del té inglés, con cara de absoluta indiferencia, también muy inglesa. Pamplona es la ciudad de las
pastelerías, en las aceras con número par (derecha) o impar (izquierda). Se ve que hay dulce para todos.
Pero tos del EMK (Movimiento Comunista de Euskadi) sacaron a toda prisa el póster del golpe en blanco
y negro, que asusta, y aún así, todo —como tantas cosas españolas— inspira risa. Se ye a Fraga con
tirantes y cara de Girón, a Felipe y a Garaicoechea (estos últimos sin tirantes y con la cara propia), todos
ellos en posición de firmes delante de un coronel que lleva la gorra de Pinochet y gafa oscura de
torturador. La leyenda dice: «Esto sólo lo cambia la lucha». Y pide el voto para e) EMK, a fin de liquidar
al MN, pasando por AP, PNV y PSOE, porque, como gritaban ios saqueadores antiguos de la región:
«¡Viva Fernando, y vamos robando!»
En cartelones de Herri Batasuna, que tampoco se quedan mancos, se pide «nacionalizar la Banca para
acabar con el paro». Un tipo que salía de un bar de la calle de la Estafeta me dijo: «¿Y no sería igual
nacionalizar
el paro y acabar con la Banca?» «Pues sí, sería igual», repondí yo. Y nos despedimos con el mismo
ceremonial que a la llegada; es decir, con otro vino de chacolí.
Chacolí es término que, según Richard Ford, proviene del árabe chacalet. Y esto significa debilidad, poca
densidad. Vale para la campaña lo que se aplica al vino de la región: es fuerte en palabras y floja (porque
ya no sobran fuerzas) en intenciones. Por la misma razón, unos líderes se acusan de árabes y otros de
bárbaros, siendo el conjunto la media aritmética de ambos.
Dicen que en el País Vasco las clases acomodadas están incómodas. Si ello es así —y los periódicos dan
testimonio diario del hecho—, ¿cómo hemos de pensar que están las demás clases, las menos
acomodadas? Nadie me ha dicho, no obstante, que esté insufriblemente incómodo. El vasco es callado y
la procesión va por dentro, a sus horas. También a sus horas, la procesión es una cabalgata hacia bares y
hacia las tapas, como sucede —aunque más tristemente— en Bel-fast, donde se bebe sin nada para picar.
El cura de Gorriti (que va con HB) hace mítines que levantan ampollas. Todos hablan de la ocasión de
este clérigo que, sin necesidad de colgar la sotana, se descuelga por el mismísimo bar del Ayuntamiento
de Lecumberri (un negocio de la izquierda en los días de festejos populares), abierto de dos de la ma-
drugada a ocho de la mañana. Luego, a misa.
Lo mejor del País Vasco es que estos caballeros góticos —como también los definió Richard Ford— ya
están de vuelta de casi todo, en plan de pasar y dispuestos a tragar —salvo contadas excepciones— el
´chacolí que les echen. La lucha es mural, perdida la moral.
No crean que son subjetivismos de un viajero (casualmente nacido en San Sebastián) que anda y ve. Hay
veces que se anda poco y se ve mucho; otras, sucede al revés. Pero moverse es, con permiso, cambiar de
ángulo de visión.
Y decía que Lecumberri, con e) cura de Gorriti, está entre la fiesta y e! estremecimiento. Igual que la
carretera general que pasa por el centro y divide el pueblo, el pueblo pasa del centro (así es, don
Landelino) y queda separado en sólo dos bloques: la derecha y la izquierda, a su vez separatista. Los
guardias civiles que fueron ametrallados en su cuartel hace algún tiempo se encuentran justo en este
camino de asfalto y cierran la casa cuartel a machamartillo cuando se pone el sol.
Hemingway dejó un autógrafo en el hotel de la localidad. Lo he visto y recuerdo que dice textualmente
así: «Al hotel Ayestarán, de un huésped muy contento, Hemingway, 1951.» Probablemente no
sospecharía don Ernesto que treinta años después, y no sólo él, sino todos los huéspedes de España, con-
tentísimos, iríamos a votar. Incluido el señor párroco de Gorriti.
En cuanto a San Sebastián, ¿qué podríamos decir? Usted camina por las calles de) barrio antiguo y todo
es entrañable, recio, ex-
trañamente apacible. La paz, en San Sebastián —todavía es la ciudad más hermosa de España— se resiste
a ser movida por la fuerza de unos brutos. Y frente a esa ame, naza de brutalidad asesina, presenta el pue-
blo, en su conjunto, una determinación de resistir y de aplacarla. Y eso se siente, aunque con temor, a
cada paso.—Ignacio CARRION.