Han pasado ocho años desde que aquel mes de octubre de 1974 Felipe González, en la clandestinidad, fue
nombrado sucesor de Llopis al frente del Partido Socialista. Desde entonces, los sevillanos del interior
empezaron a dejar de pensar en la resaca de la guerra civil y se pusieron a trabajar. Hoy, a las puertas de
la Moncloa, se celebra el aniversario y Felipe González lo recuerda.
El secretario general del PSOE hace balance de sus ocho años al frente del partido
Felipe recuerda a «Isidoro»
Enrique Múgica se oponía con fuerza a que yo fuera nombrado secretario general en el congreso de
Suresnes
Yo siempre había estado convencido de que, muerto Franco, un 30 por 100 de los españoles nos votarían
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Barcelona: Alberto ANAUT, enviado especial
Once de octubre de 1974. Isidoro, un desconocido, irrumpe con fuerza en e! panorama político de la
España negra de los últimos años de la dic-tadura. Acaba de ser nombrado, en Suresnes (Francia), nuevo
secreta-.rio general del PSOE. Diez de octubre de 1982. Carretera de Reus a Llei-da (Cataluña). Isidoro
ya no es una incógnita. El dueño de aquel pseudónimo que nació en la clandestinidad está a punto de ser
presidente del Gobierno. Felipe González ya no es aauel Isidoro que se tuvo que inventar su mujer,
Carmen Romero, ante la insistencia de Rodolfo Llopis, obsesionado como estaba por los lenguajes de la
guerra.
"f-n 1974 —recuerda
Felipe González en medio del stress de la campaña electora!-— yo llegaba a Francia en un R-5, después
de dejar en Portugal a una persona que tenía problemas en España y hacer noche en San Sebastián-» Fue
e! principio de una historia que casi nadie del PSOE pensaba que tuviera un final tan feliz como e! que
ahora está a punto de llegar.
Así fue «Entonces, en 1974, se toma ¡a decisión, tras la ruptura de 1972 con Llopis, de nombrar un nuevo
secretario general del partido. Todo el mundo daba por hecho, cuando llegamos a Suresnes, que Nicolás
Redondo debía ser el secretario general. Todo el mundo, menos Nicolás Redondo. Dijo • que no y lo dijo
porque pensaba, yo creo que con buen criterio, que había que dejar de hablar en términos de
clandestinidad y empezar a pensar en el futuro.» Y en ese futuro, PSOE y UGT, que por aquel entonces
andaban revueltos, deberían tener sus campos de acción bien delimitados, al menos formalmente.
«El problema —recuerda Felipe— era elegir un secretario general puente entre ese congreso y el
,momento, que nosotros no preveíamos muy lejano, de la transformación política de España. Y ese
secretario general resulta que fui yo.» Y lo hizo poniendo casi la misma cara de sorpresa que debió de
quedársele cuando se encontró, de buenas a primeras, con el inesperado cargo entre las manos.
No lo tuvo del todo fácil. Luis Yáñez se descolgó haciendo una enérgica defensa de su candidatura, en la
que nadie había pensado, en lo que más tarde se llamaría «El pació del Betis». «Pero había quien se
oponía con fuerza, y lo puedo contar — dice Felipe— porque sé que no le va a molestar. Enrique Múgica
se oponía furiosamente a que yo fuera secretarlo general. No lo aceptaba de ninguna manera, y por
razones •que me parece que no eran de carácter personal, sino muy sólidas.»
La batalla fue dura, aunque no llegó la sangre al rio. Yáñez siguió en sus trece y tuvo (a lucecita roja de
su micrófono permanentemente encendida para sacar adelante ¡a candidatura de Felipe. «Y al final —
comenta Isidoro ocho años después— ¿qué es lo que ocurrió!1 Pues que me eligieron por exclusión. Los
otros, para entendernos, digamos que reunían menos condiciones que yo.»
Una subasta a la baja que resultó ser decisiva. De modo que Felipe volvio a Madrid con la
responsabilidad sobre ¡os hombros y al clarividente Ramón Tamames solamente se le ocurrió comentar
en un cóctel que aquel intrigante Isidoro era, nada más y nada menos, que Enrique Múgica. Menos mal
que Pedro Rodríguez, que conocía a dedillo los archivos de la Policía, arrojó algunas luces sobre la
verdadera personalidad del nuevo líder del PSOE.
El cambio
Nadie se´aclaraba muy bien lo ocurrido y nadie sabía, desde luego, por dónde iban a ir los tiros. «La
verdad —y parece que la humildad no le deja a Felipe reconocerlo— es que empieza una nueva etapa en
el interior; una etapa que ha tenido una gran dimensión política por ¡o que ha sido la formación de la
izquierda en España.»
«La renovación de aquella época colocó al Partido Socialista en condiciones de afrontar ¡a nueva
situación.» Y Felipe recuerda, entre complací do e irónico, aquellas previsiones de Miterrand
— ¡que Santa Lucía le conserve la vista! — , que aseguraba para España un esquema político simi-
lar al italiano o al francés. «Tardaron tres años y medio, hasta las primeras elecciones, en darse
cuenta de una situación que no podían concebir, pero, a pesar de todo — asegura Felipe — , yo
estaba seguro de que las cosas serían así.»
No había quien apostara un duro por un PSOE fuerte, ni Suárez, «cuando en 1977 se dedicaba a filtrar a
través de las Embajadas que la ÜCD conseguiría un sesenta y cinco por ciento de los votos en las
primeras elecciones», ni otros muchos, como aquel ministro alemán que todavía le debe una apuesta a
Felipe. «Antes de las elecciones de 1977 me decía que ni de broma pasaríamos del quince por ciento de
los votos y yo le aposté unas vacaciones a que rebasaríamos el veinticuatro con cinco por ciento. A elegir
donde quisiera el ganador Todavía no me las ha pagado, claro.»
De modo que Felipe no se llevó ninguna sorpresa con la escalada del PSOE. «Porque yo siempre había
estado convencido de que, muerto Franco, incluso sin campaña electoral, un treinta o un treinta y cinco
por ciento de los españoles nos votarían a nosotros.» Y se quedó corto.
Polémicas
Desde entonces, desde que lo encumbraron a ¡a cabeza de! PSOE, Felipe no lo ha tenido todo fácil, «han
sido años de muchas polémicas». Como aquélla que ahora recuerda el secretario general del PSOE sobre
el marxismo. Dijo que pediría que el PSOE renunciara al marxismo y se armó la marimorena. «Yyo
defendí entonces la tesis de siempre, la de los cincuenta años de historia del PSOE. La de Pablo Iglesias,
Largo Caballero e Indalecio Prieto.»
No hubo, como era ae esperar, marxismo. Y sí hubo dimisión Felipe ante un congreso que se le fue de las
manos (oor la izquierda). Y ahora hay lo que hay Han cambiado muchas cosas desde 1974, cuando a
Pablo Castellanos —hoy en la izquierda más crítica de Fe-lipe— le estuvieron a punto de echar del PSOE
oor socialdemócrata «Y es que Pablo propugnaba una alianza con Cantarero del Castillo, que es muy
buena persona, paro Que ahora anda metido en Alianza Popular.» Felipe se ríe: «Pablo no estaba muy
orientado.»
Dice que él no ha cambiado. «Y no sólo lo digo, sino que me remito a unas declaraciones sobre la si-
tuación política y económica de España que realicé en Sevilla, cuando Isidoro fue descubierto. Era en
1974 y no cambio ni una palabra, aunque han pasado ocho años y ha muerto Franco. Le reto a cualquier
político español a que trate de hacer lo mismo.»
«Si algo he aprendido en este tiempo —y cuando lo dice se pone grave— es que la fragilidad que tienen
los partidos políticos es comparable a la que tienen todas las instituciones sociales de España. Nadie es
más que nadie y esto es impresionante.»
Tiene razón Felipe. Han pasado ocho años desde entonces e Isidoro se ha llevado a! PSOE de calle, hasta
las mismas puertas de la Moncloa.