Galicia, desfigurada
UNA vez cerrados los colegios electorales, el Gobierno confiesa que el primer problema de los
comicios autonómicos gallegos era el de la participación. Y la tele nos brinda una entre vista
con expertos en la que se afirma que el abstencionismo es consecuencia de la falta de cultura.
Surge de pronto una anécdota hilarante. Además de los expertos se ha invitado a un joven,
miembro de un conjunto de música moderna, que dice que todo aquello está muy bien, pero
que él no ha votado. Estupor. Repentinamente desaparecen de la pantalla todos los expertos y
el joven, para no reaparecer en el resto de la velada. Mucho me temo que el susodicho
conjunto de música moderna sea incluido en la lista negra y no salga en televisión ni para
lanzar un mal jipío.
Lo digo ahora que mi opinión no puede tener efectos electorales. Yo, gallego, me lo habría
pensado mucho antes de votar el domingo. Todo el montaje de la televisión oficial se ha hecho
sobre la idea de una Galicia inculta, atrasada y resentida. Cuando está claro que, aquí el único
resentimiento es el del socialismo, tan escaso de votos en la región. Yo, gallego, me habría
indignado ante las imágenes repetidas de la vieja campesina con la guadaña, de los botargas
danzantes, de los hórreos, ante la continua alusión a los caciques ¿Qué ocurre, que los
caciques han predicado la abstención? Más bien se debe suponer lo contrario. ¿Entonces
dónde está el imperio de los caciques? Galicia no es como la ha pintado el socialismo más que
en la frustración del socialismo.
No se trata de un tema banal. Las ideologías políticas son incapaces, por su propia naturaleza,
de enlazar con la cultura de los pueblos. Más aún, la desprecian y se proponen arrasarla. El
socialismo, especialmente. Para él, todo lo popular, todo lo tradicional es atraso y debe ser
destruido. Me atrevería a decir que el socialismo, tan pagado de su condición progresista, es
esencialmente anticultura. Insisto en qué otras ideologías, también. De ahí, el rechazo del
pueblo. La abstención no es ignorancia; mayor ignorancia puede haber detrás de muchos
votos. La abstención, en gran manera, es rechazo popular.
Precisamente Galicia se define por su profundo saber, por su ciencia milenaria de la vida, por
su desprecio hacia cualquier improvisación filosófica, por su rechazo alérgico a la demagogia y
la utopía. Galicia juzga a los hombres por sus conductas. Y en esta ocasión, ¿cómo no había
de adver-tir el sarcasmo de una política que la define como atrasada y le desmonta los
astilleros, le arruina la industria, la asfixia por inmersión en la más absurda lucha de clases?
No entro en la fiabilidad de las cifras oficiales de participación. Desde luego, si se han
manejado como ha hecho el gobernador civil de Madrid con la manifestación de la Castellana,
«cincuenta mil personas», deduzco que en Galicia pueden haber votado cuatro gatos. Pero,
¿no le dará vergüenza al Gobierno mentir tan bochornosamente? Algo que ha visto todo el
mundo, ¿cómo puede negarse, cómo se puede ocultar?
Pero el gobernador civil no engaña a nadie. Hablando de participación popular, lo que me
duele es que el poder se esté utilizando contra España, contra los pueblos de España. ¿Qué
les habrá hecho Galicia a estos mastuerzos?
Sospecho que tanta mentira está abriendo el camino a una política de verdad. Así sea.
Joaquín AGUIRRE BELLVER