EL PAÍS, sábado 17 de febrero de 1979
OPINIÓN
TRIBUNA LIBRE
¿Por quién votan los católicos?
¿Es verdad que la Comisión Permanente del episcopado español ha tomado postura ante las próximas
elecciones legislativas, como se ha dicho desde estas mismas páginas? Yo, sinceramente, creo que no. Y
lo digo después de estar muy entrenado en hacer esa difícil lectura de los documentos eclesiásticos,
insignes por sus equilibrios tautológicos.
La postura se referiría a que la Comisión Permanente «ha aconsejado a los cristianos que reflexionen
sobre su condición de tales antes de votar a aquellos partidos en cuyos programas se incluya una
concepción materialista de la vida y la defensa del aborto, determinados planteamientos del divorcio y la
enseñanza únicamente de carácter estatal». Si la cosa es así, el pobre católico español medio mucho me
temo que tendrá que quedarse quietecito en su casa para que no le produzca calambre ninguno de los
programas expuestos por el más variado abanico de las opciones partidistas.
Si empezamos poj el principio («concepción materialista de la vida»), ya excluimos de un golpe a todos
los partidos (que van desde el centro hasta la extrema derecha) que admiten el capitalismo y su
concepción filosófica, que es (según declaración de los mismos papas) una «concepción materialista de la
vida». Y aquí, el adjetivo «materialista» tiene el sentido clásico de la ética cristiana, o sea, atención
preferente al dios-dinero como principal motor de la historia gestionada por los empresarios del poder y
de la economía. Porque «materialista» puede tener también un significado distinto, concretamente el que
le dio Carlos Marx cuando lo oponía a «idealista»: quizá el filósofo alemán hubiera debido decir
«realista». Por aquí no es por donde los cristianos se han sentido incómodos en el ámbito del o de los
marxismos existentes. Su incomodidad les viene por lo que los diversos movimientos marxistas pudieran
tener de totalitarios y obstructores de las libertades de la persona. Y esto ha pasado en nuestro país
durante cuarenta años bajo la mirada doliente de nuestros crucifijos, sacrilegamente constreñidos a ser
testigos y hasta justificadores de los mayores abusos económicos, de las más dolorosas torturas y de las
más absurdas negaciones de las más elementales libertades humanas. JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ
RUIZ Canónigo de Málaga. Teólogo
¿El divorcio? ¿Y quién va a pensar que en España se va a aprobar una ley de divorcio diferente de la
mayoría de sus congéneres en otros países democráticos? Será probabilísima-ménte una tímida ley de lo
que yo llamo «divorcio terapéutico», o sea, un intento de arreglar lo mejor que se pueda una realidad
definitivamente erosionada. Y esto, para un cristiano, puede llegar a constituirse incluso en un deber de
«buen samaritano».
¿El aborto? La Constitución no da lugar para ello, ya que defiende el «derecho de todos a la vida». En
todo caso, se plantearía (a su tiempo) él problema de la despenalización del aborto; y aquí podría entrar la
vieja polémica católica (desde los tiempos de Santo Tomás de Aquino) sobre la licitud de leyes
permisivas de un mal menor para evitar un mal mayor. En definitiva, nada de catastrófico.
¿El terrorismo? ¡Ojalá los obispas hubieran hablado a tiempo cuando, no ya el
«terrorismo», sino el terror era como un clima satánico en el que estábamos embutidos sin saber cómo
salir de él! Lógicamente, después de tantos años de terror es normal que queden en la atmósfera algunas
nubes flotantes de terrorismo. Los obispos y los curas, atendiendo a nuestra obligación de actuar
proféticamente, podríamos comprometernos para buscar las verdaderas raíces de estos residuos históricos
del terror y ayudar así a curar la enfermedad desterrando el virus, no aplicando cataplasmas o analgésicos
coyunturáles.
En definitiva, ¿por quién deberán votar los católicos? Yo creo que las cosas siguen como estaban: cada
cual hurgue en su conciencia y haga lo que ésta le sugiera. Los responsables de la Iglesia (por lo menos
hasta ahora) no han hecho cursos muy profundos en politología, y quizá sus consejos «derrapen», aunque
estén hechos con la mejor voluntad del mundo.