La caída de la Bolsa
El comienzo del año con una caída aparatosa de la Bolsa ha desatado una serie de comentarios. Como la
situación económica no era ni mejor ni peor que hace unas semanas, ha saltado la duda sobre si no habrá
fuerzas ocultas que estén jugando a la baja para crear un clima de crisis económica que ponga en aprieto
al Gobierno, Se ha llegado incluso a asegurar en las más altas esferas que algunos dé los grandes bancos
estaban promoviendo una política de abstención en. las compras para hacer caer artificialmente las
cotizaciones.
Sin duda, las conversaciones con la oposición y la puesta en libertad del señor Carrillo y de los otros
líderes comunistas han puesto muy nerviosos a ciertos banqueros conocidos por sus sentimientos
fascistoides. Uno de ellos ha comentado, hace poco, que el día que el Gobierno le dé a los españoles el
derecho a votar, él pedirá a Suárez que le conceda una .ametralladora porque estamos abocados á terminar
de nuevo A tiros. Cuando existen banqueros con este talante y con una insensatez política de tal tamaño,
todo es posible.
De ahí a afirmar «que la caída de la Bolsa sé debe a :una conspiración hay, sin embargo, un abismo.
Aparte de que este tipo de actuaciones es siempre difícil de probar, no hace falta recurrir a esa hipótesis
para explicar las últimas caídas e incluso puede ser perjudicial en la medida que minimiza el problema
real. Los últimos acontecimientos se explican leyendo simplemente en el periódico las noticias
económicas y los discursos del ministro de Hacienda. La evolución de los índices de precios demuestran
que la inflación no sólo no se está deteniendo, sino que se ha agravado en los últimos meses; la balanza de
pagos ofrece unas perspectivas muy malas en unos momentos en que la OCDE anuncia un
empeoramiento de la coyuntura internacional en 1977, y el número de parados crece día a día. Con este
marco desolador el ministro de Hacienda ha venido a decirnos implícitamente en su reciente discurso en
las Cortes, con motivo de la aprobación del Presupuesto, que su Ministerio no entiende nada de lo que
está pasando y que desdé luego no será el equipo actual el que se enfrente con la realidad y hágalo que es
inevitable: un plan de estabilización.
Esta realidad es impopular e incluso dramática para un país en nuestras circunstancias, y por ello no es
extraño que el ministro de Hacienda, coa un pie en el estribo, ni incluso el Gobierno, con unas elecciones
por delante, quieran reconocerla. Pero los errores de estos últimos años nos han llevado a una situación de
la cual no saldremos con pequeños retoques y discursos de buena voluntad. Como ya no estamos en 1959,
el plan de estabilización no podrá ser impuesto desde las alturas, sino que tendrá que ser pactado con las
fuerzas políticas que tienen influencia en las clases trabajadoras. Ya no valdrán ni las medidas fiscales,
que sólo tienen efecto sobre las páginas del "Boletín Oficial", ni las limitaciones de dividendos que se
compensan (o se compensaban) con ampliaciones de capital, ni todos los demás artilugios que ¿se han
utilizado para conseguir que la distribución de la renta española sea de las más retrógradas de Europa.
Probablemente las empresas saldrán ganando porque los trabajadores son los primeros interesados en salir
de la crisis, pero los grandes accionistas perderán a buen seguro.
Al clima de incertidumbre con que ha empezado él año se ha unido, además, la terminación dé las
grandes ampliaciones del último trimestre de 1976 y de las compras para acogerse a las desgravaciones
del impuesto general sobre la renta. Todo ello explica perfectamente la actitud abstencionista de los
posibles inversores.