DOMINGO 15-3-81
NACIONAL
Se juega algo más que la filosofía sobre el divorcio
La Ejecutiva de UCD tendrá que adoptar el lunes una delicada decisión
MADRID (Luis Peiro). Vistos los acontecimientos de los últimos días, puede estimarse, sin correr
demasiados riesgos, que el presidente Calvo-Sotelo no estaba ocultando información a los parlamentarios
cuando, en los debates de investidura no respondía de una forma inequívoca a las reiteradas demandas de
la izquierda por conocer el futuro de la ley de Divorcio.
Sencillamente no podía hacer más que manifestar su voluntad de que no se iba a retirar de! Congreso y
afirmar su fe en que el grupo parlamentario centrista iba a resolver el problema ante las concretísimas y
machaconas preguntas de la oposición, en especial del socialista Carlos Solchaga, que incluso llegaron a
ser un latiguillo al final de los debates: «¿Puede usted decirme si va a retirar, modificar, y en este caso, en
qué, el proyecto del ley...?» Y eso que para entonces el candidato a la Presidencia ya tenía en su poder un
informe del democristiano Escartín sobre los dos puntos más polémicos del «divorcio Ordóñez», sobre los
que el diputado centrista ya había expresado su disconformidad, con ocasión de los debates en la
Comisión de Justicia, incluso siendo el ponente de UCD en el proyecto.
Leopoldo Calvo-Sotelo podría tener sus dudas sobre cómo se iba a resolver el contencioso interno del
partido en este tema tan polémico, máxime cuando a las demandas de los democristianos se oponían las
exigencias socialdemócratas de no cambiar sustancial-mente el proyecto, hasta el punto que su máximo
gestor, Fernández Ordóñez, condicionaba su permanencia en el futuro Gobierno al mantenimiento del
proyecto con sus características sustanciales. Pero posiblemente el entonces candidato no esperara que las
tensiones iban a llevar a la tormenta desencadenada el pasado miércoles, en la reunión del grupo
parlamentario centrista. Ahora se podría concluir con que la dirección del partido pecó de ingenua.
Los datos de las discusiones en el seno de la Comisión de Justicia ofrecían una preocupante ruptura en el
voto centrista cuando se planteó el polémico artículo sobre los procedimientos para, e! divorcio en el caso
de que hubiera acuerdo entré los cónyuges. Y aún apuntaban fuertes discrepancias cuando cinco
diputados habían abandonado |a sala de discusiones, al afrontar una enmienda centrista que aligeraba en
mucho el procedimiento de la separación por libre consentimiento en el caso de que uno de los dos
cónyuges abandonara el hogar. Pero sí es cierto que la sensación es que había dos puntos de fuertes
discrepancias acotados en el proyecto que, con ser importante, no hacían presagiar una profunda división
en el grupo centrista con relación a la filosofía global del proyecto.
YA SE HABÍA ROTO LA DISCIPLINA
El ejemplo contrario estaba en una sala contigua del mismo Palacio del Congreso, donde tos centristas
libraban durísimas batallas, con continuos enfrentamientos y fraccionamientos de voto, con ocasión de la
discusión de la LAU. En uno y otro caso se abría un paréntesis de reflexión, que desenvocaría en el
Congreso de UCD en Palma. Ni el ministro de Justicia ni el de Universidades habían logrado, por más
que lo intentó el primero de ellos, que entre los debates parlamentarios y la asamblea centrista del II
Congreso mediara un díctamen del Pleno del Congreso de los Diputados que diera a sus proyectos mayor
consistencia y menor margen de maniobra para cambiarlos sustancialmente.
Pero no fueron éstas las preocupaciones de Palma de Mallorca. La lucha entre los dos sectores del partido
enfrentados sólo desembocó en una ambigua precisión en las resoluciones, retornando al programa
electoral de 1979 y reafirmando la negativa a aceptar por UCD un divorcio por «mero acuerdo». Para los
democristianos estaba claro que con esta referencia el proyecto de divorcio de Fernández Ordóñez no
podría prosperar en adelante. Para los socialdemócratas y el «aparato» del partido en nada se vanaba el
contencioso. Incluso hubo quien se sintió engañado tras apoyar la resolución al darse cuenta que nada se
había resuelto.
EN PALMA NO SE RESOLVI
La perspectiva, con no ser alentadora para los debates futuros, se matizaba con una impresión
tranquilizadora en la dirección centrista: «Hay un par de temas acotados de discrepancia y llegaremos a
un acuerdo sin grandes costes.La misma que reinaba en la mente de los miembros de la Comisión de la
Ejecutiva, encargada de estudiar los enfrentamientos producidos por el divorcio. «A mí me aseguraron
que no iba a haber mayor problema; se retocarían un par de artículos y habría acuerdo. En cualquier caso
la Ejecutiva tendría manos libres para estudiar los desacuerdos que se habían producido en el grupo, ya
que tiene la potestad de marcar las directrices», manifestaba contrariado un miembro de la Comisión
pocas horas después de la «débácle» en el grupo centrista.
No era de extrañar su sorpresa. Nadie pensaba que los democristianos iban a aprovechar su situación
preponderante en el grupo parlamentario para desatar una ofensiva, en toda regla, contra la línea de
flotación del proyecto de divorcio. Sorpresa que alcanzó incluso a los propios liberales, compañeros de
los democristianos en el movimiento crítico, como lo demuestran tas tentativas conciliadoras de Joaquín
Sa-trústegui ante la refriega. Además hubo otro dato que muestra a las claras lo irreconciliable de las
posturas enfrentadas, que no mantienen ya solo discrepancias, sino una larga retahila de descalificaciones,
sumamente graves, que convierte a los diputados de uno y otro lado en verdaderos adversarios, de cara al
futuro. El dato es que la Ejecutiva no quería una votación del grupo, que se forzó, y mucho menos sobre
una serie de directrices para modificar en siete aspectos fundamentales el proyecto, como el documento
de Osear Alzaga, que salió vencedor.
UNA DECISION DELICADA
En esta situación, la Ejecutiva no podrá limitarse, mañana, lunes, a sentar simplemente unas directrices de
cómo va a quedar el proyecto. Desde el mismo momento en que se inicie la reunión, sus miembros sabrán
que se les ha puesto ante la delicada situación de desautorizar, o no, una resolución muy concreta,
adoptada por mayoría en el grupo parlamentario.
Es volver a un aspecto de la lucha política anterior a Palma de Mallorca: ¿Quién manda en UCD: el
Gobierno, la Ejecutiva o el grupo parlamentario? Y no es de desecho retomar la vieja dialéctica anterior al
II Congreso. Al margen del componente confesional que se quiera ver en la polémica, no es menos cierto
que se están empleando esquemas que correspondan a la estrategia de los movimientos críticos —aunque
no entren todos los que lo formaron en la última escaramuza— y oficialista que ya se creían abandonados.
Unión de Centro Democrático tiene ahora un grave problema de división que difícilmente se ya a salvar
con el simple juego de las mayorías y las minorías. La ruptura, que es claro que existe, es particularmente
peligrosa cuando, ante los graves acontecimientos del 23-F, se ha optado, en medio de muchos
argumentos, pidiendo otra composición del Ejecutivo, por un Gobierno monocolor. Hay que recurrir a
una frase de los liberales: es, cuando menos, «una gran irresponsabilidad».