El refrendo popular alcanzado por los Estatutos vasco y catalán confirman la oportunidad de ambas leyes:
«No se podía negar lo que existe», afirma el autor del trabajo que recuerda al poeta Maragal cuando se
preguntó por la identidad de España. «¿Un solo pueblo o un agregado de pueblos?» Su respuesta fue
«¡Viva España!» en el sentido de que no muera. El grado de abstención de los referendums del pasado día
25 son preocupantes aunque los partidos no lo reconozcan. En Cataluña el ambiguo comportamiento de
Tarradellas fomentó la inhibición ciudadana.
Sergio Vilar
Cataluña y Euskadi acaban de pasar positivamente un momento clave para la consolidación de una fase
del desarrollo autonómico que está transformando el centralista Estado español. Este primer paso, que
inicia con plena legalidad el resurgimiento de las instituciones catalanas y vascas, estimu lará en próximas
etapas el renacimiento de las libertades específicas de otros pueblos de la península Ibérica, desde Castilla
a Galicia, desde el País Valenciano a Andalucía...
Una diversidad viva incluso durante los más represivos años de la dictadura encuentra ahora sus lógicos
cauces jurídico-polí-ticos y administrativos. No se puede negar io que existe. Muchísimo menos puede
ponerse puertas a los campos que tan tenazmente han cultivado la inmensa mayoría de catalanes y vascos,
rigurosos defensores de su personalidad nacional al tiempo que sensatamente solidarios de los hechos, de
los problemas y de las esperanzas de los españoles de las demás tierras de España.
¿Qué es España?
¿Qué es España? se preguntaba ei gran poeta catalán Joan Maragall en 1908: «¿España es un solo pueblo
o es un agregado de pue blos?, ¿es un círculo con centro o es un juego de atracciones de
centros dis tintos?» Para responderse a continuación con un «¡Viva España!» puesto que «núes tro "visca
Espanya" quiere´ decir que España viva, que los pueblos se muevan, que hablen, que hagan por sí mismos
y se gobiernen y gobiernen. Así —añadía Maragall, que a catalanis mo no le ganaba nadie— ahora ya
sabemos gritar «Visca Espanya», ya no necesitamos a nadie para que nos lo enseñe, sino que nosotros
podemos enseñarlo.» Los argumentos del poeta resultan sumamente actuales: «España ha de vivir en la
libertad de sus pueblos, cada uno sacando del terruño propio la propia alma y de la propia alma el
gobierno propio para rehacer juntos una España viva, gobernándose libremente por sí misma. Así ha de
vivir España. ¡Viva España!»
La vieja Iberia empieza a ser otra vez la que proponía el poeta catalán, con cuya visión programática
seguramente los vascos asimismo están de acuerdo. En Euskadi, el árbol de Guernica, este roble que,
según Tirso de Molina, «no dio sombra s confesos ni traidores», recu pera nuevas savias. Este árbol que,
según una leyen-da-poesía popular recopilada por Francisque Michel y Ángel Irigaray, «hace unos mil
años que plantó Dios», seguirá siendo símbolo de libertad y de fraternal unión entre pueblos en pie de
igualdad.
Pero no todo son alegrías en Cataluña y Euskadi: el elevado porcentaje de abs tención no autoriza ningún
triunfalismo. Los dirigentes políticos que no se dejan deslumhrar por los «éxitos» relativos, han de
preocuparse seriamente de esta tendencia que venimos observando desde las pasadas elecciones
legislativas. El alto porcentaje de la población que se desentiende de las consultas políticas se vuelve
crónico y a este rit mo se corre el riesgo de que se torne endémico. Es lamentabilísimo que, a pesar de las
repetidas advertencias que desde hace meses venimos hacien do desde la prensa, ningún organismo
partidario haya hecho ningún estudio sistemático de las causas.
¿Cuáles son las causas de ese abstencionismo persistente? Son muchas y complejas, a las cuales hemos
aludido en otras ocasiones en lo que concierne al plano internacional.
Abstención creciente
En cuanto se refiere a Cataluña, en este momento, en la abstención se concentran diversas razones
estructurales y coyuntura-les. La primera causa estructural probablemente es que para un sector
importante de catalanes, el Estatuto sólo concede una autonomía limitada. Para estos catalanistas que, sin
embargo, no se apuntan al separatismo, lo que reglamenta el Estatuto es una simple descentralización y
no un «autogobierno». La principal causa coyuntural del abstencionismo seguramente ha sido la
ambigüedad que el presidente de la Geueralitat, Josep Tarradellas, ha mostrado respecto al Estatuto: en
principio una posición negativa, que sólo durante los últimos días evolucionó hacia la recomendación
positiva. Ese comportamiento caprichoso de Tarradellas, más propio de inestabilidades emocionales
juveniles que de un señor que ya tiene ochenta años, vuelve a indicar que el «honorable president» parece
más inclinado a las satisfacciones privadas que le procura el ejercicio del poder, que a ser un consecuente
servidor de los intereses públicos catalanes.
Propaganda triste
Probablemente en estrecha relación con la actitud de Tarradellas, la propaganda que Ja Generalitat ha
hecho en favor de la participación en el referéndum ha sido una propaganda triste, propia de una oficina
funeraria de un país que estuviera en ruinas y que quisiera demostrar que todavía tiene una máquina de
escribir (los carteles estaban escritos con caracteres, mecanografieos ampliados).
En la abstención también confluyen un cierto cansancio de la población por las repetidas consultas, can-
sancio de la dialéctica jurídica que apenas repercute en la solución de los problemas concretos, así como
las insuficiencias en el funcionamiento de los partidos, la mayoría de cuyos dirigentes se caracterizan por
la improvisación, por el arribismo y el carrerismo en las esferas institucionales, perdiendo el contacto con
el pueblo.
El camino recorrido hasta aquí en pos de las autonomías ha sido muy largo y penoso, a trechos dramático.
Hoy no puede negarse que, a pesar de todo, la diversidad ha vuelto a ponerse en marcha contando con los
correspondientes fundamentos legales.
Pero insistamos: no pue de permitirse que nadie se duerma en los laureles ni, muchísimo menos, que
nadie se aproveche del cargo que ocupa en uno o en otro nivel para fines predominantemente particulares.
Eso es volver a caer en vicios dictatoriales, del mismo modo que es una actitud parasitaria de tipo fascista
dedicarse a hacer carrera a espaldas de los electores, sin preocuparse de trabajar y estudiar para superar la
mediocridad.
Son muchos, demasiados, los que ignoran, olvidan o echan en saco roto que la política no es una carrera:
eí ejercicio de la política ha de ser un permanente servicio al país.
Diversidad en marcha