LA EUTANASIA, A DEBATE
Ofrecemos a continuación una encuesta sobre el problema que plantea la eutanasia y que iniciáramos en
el número anterior al exponer el caso reciente de la joven Karen Quinlau.
Se puede o se debe dejar morir a un enfermo en el que seamos capaces de mantener su medio interno,
aunque no parezca haber posibilidad de salvación .
Francisco José Flórex Toscón
Cuando parecía claro que la muerte era la negación de la vida se recordaba el quinto mandamiento y se
mantenía el derecho al milagro y se decia que "cuando hay vida hay esperanza".
Poco antes, sin embargo, sir Francis Bacon estimaba cómo "la función del médico seria devolver la salud
y suavizar las penas y los dolores: y no sólo cuando esta suavización puede conducir a la curación, sino
cuando puede servir para procurar una muerte dulce y fácil".
Mucho después, cuando ya estaba en marcha la revolución biológica, y la Medicina trataba de añadir, no
sólo años a la vida, sino vida a los años, de prolongar la juventud fáusticamente, de alargar la vejez, y
sólo conseguía, a veces, prolongar la agonía; Rilke afirmaba´ "quiero morir de mi propia muerte, no de la
de los médicos".
Apuntaba la locura colectiva de la muerte higiénica, de la eutanasia racial y, más tarde, la epidemia de la
muerte dulce por compasión, cuando los médicos tuvimos que recordar con Hipócrates el "no
suministraré a nadie un veneno mortal ni siquiera a petición del interesado", y frente a "la eutanasia"
surgió "la distanasia", objetivo de la Medicina cuyo único ideal seguía siendo la prolongación de la vida.
Pero hoy se me plantea si es verdaderamente humana esa batalla en aquellos casos en que todo hace
pensar que la ciencia no podrá en modo alguno recuperar la vida, cuando más conseguirá prolongar la
agonía, aplazar la muerte; es decir, plantea el tema de los limites morales de la reanimación, y pienso que
ambas opciones son morales, si se tiene en cuenta que Pio XII admitía que "un médico podría licitamente
emplear todos los medios para prolongar la existencia, pero qué no estaba obligado a emplear medios
extraordinarios para alargar una vida que razonablemente está perdida".
Mi opción personal está del lado de la lucha y del milagro; mientras el enfermo esté a mi cuidado, con la
máxima consideración hacia las opiniones discrepantes.
J. de Portugal Alvarez
La resucitación del enfermo terminal es una cuestión, como se sabe, extraordinariamente controvertida, y
no existen de momento criterios que puedan ser aceptados universalmente. Estos criterios se insertan en
un amplio espectro que va desde tesis puramente materialistas hasta tesis de exclusivo contenido
confesional.
Sin embargo, parece obvio que la cuestión deba ser enfocada desde unos ángulos de vista (morales,
legales, clínicos, etc.), pero imprescindiblemente, me parece, desde un punto de partida formalmente
médico.
Existen ya algunos informes médicos, científicos y serios que se pronuncian en la cuestión por encima de
tendencias político-sociales y confesionales y, por supuesto, de opiniones y sentimientos particulares.
Uno de ellos es el publicado en 1974 por la Asociación Médica Americana en un suplemento del JAMA,
en el que se recomienda de una manera sensata y científicamente médica, que la decisión de no resucitar a
un enfermo se anotase en el curso clínico del • paciente y fuese comunicado a todas las personas que lo
atiendan.
Más recientemente (1976) se publica por Rabkin y colaboradores del Beth Israel Hospital de Boston, el
informe más directo y documentado sobre la resucitación de enfermos incurables. Los autores estudian las
diversas posibilidades que pueden presentarse en la clínica, en función de tres parámetros principales:
Irreversibilidad o irrecuperabilidad del proceso; consentimiento del paciente si es "competente", o de sus
allegados si no lo es, y eficacia y agresividad de los métodos de reanimación.
Este estudio del equipo de Boston es una experiencia importante en lo que por primera vez se abordan de
una manera directa y valiente una serie de actuaciones frente a-una situación, que, desgraciadamente,
lleva implícitas muchas interrogantes médicas, deontológicas y legales de todo tipo, y que, en resumen,
está presidida por criterios más amplios que el tradicional (el médico debe luchar hasta el final contra la
muerte) y que se basan en dos principios inviolables: el derecho del enfermo a su propia muerte y la
obligación del médico de hacer la muerte de su paciente lo menos incómoda posible.
J. Botella Llusiá
En general, las personas no médicas tienden a hacernos a los médicos preguntas maxímalistas: doctor,
¿me garantiza usted que me curaré?, ¿es seguro que no pueda tener hijos? La mayoría de ¡as veces no se
puede afirmar nada en términos absolutos. No sabemos cuándo no existe ninguna esperanza de
recuperación. Tampoco podemos asegurar que un enfermo tenga esperanzas. Cada caso es diferente. No
le puedo decir categóricamente sí o no. Creo, sin embargo, que hay una cosa que se olvida mucho, por
desgracia, en la medicina moderna: el respeto a la paz del moribundo. Hacer todo lo necesario, pero nada
que no tenga utilidad y esté basado en una razonable esperanza.