18-111-1981
Mucho habrá que enmendar
EL ministro de Justicia, señor Fernández Ordóñez, ha presentado en el Pleno de las Cortes su proyecto de
ley de divorcio. Ha sido la suya una presentación llena de matices, pero dando por aceptados una serie de
puntos de tal envergadura que los señores diputados tendrán que tentarse mucho las ropas antes de darlos
por buenos. Terminó el ministro su presentación diciendo que sometía el proyecto de ley a la decisión de
los diputados, «pensando en la verdadera familia española de hoy y de mañana». Pensando en lo mismo,
en la verdadera familia española de hoy y de mañana, este diario ha dicho durante meses qué juicio nos
merece el proyecto de ley de divorcio después de las modificaciones —sustanciales— introducidas por el
equipo del actual ministro de Justicia. No es este el divorcio que pide la mayoría de las familias
españolas, incluso aquellas que se encuentran en el penoso trance de rehacer su vida. No se puede
filosofar aduciendo que «nuestra filosofía es que no basta el simple acuerdo de las partes para disolver el
matrimonio», para en seguida decir que se recoge «la separación judicial por mero acuerdo de los
cónyuges sin más requisitos» y «se agiliza el procedimiento en el caso de común acuerdo». ¿No equivale
esto a decir que, en efecto, basta el simple acuerdo de las partes —encima se reducen los plazos de
divorcio a la mitad— para disolver el matrimonio?
HA tenido el ministro en las justificaciones previas del proyecto de ley una alusión histórica poco
afortunada. Ha dicho que el debate sobre el divorcio llega a España de forma tardía, pues ha sido ya
resuelto «por todos los países industriales desde el siglo XIX y ya no apasiona a nadie». Vea el señor
ministro que Italia, por ejemplo, que es país industrial, lo ha resuelto muy recientemente, mientras en
España se resolvió —y de qué manera— durante la II República. Por otra parte, como los españoles
somos tan especiales, aquí sigue apasionando el tema. Seguramente, porque la fórmula divorcista qué
intenta el ministro no acaba de convencer a muchos cientos de miles de matrimonios, que todavía
consideran que el divorcio es un sinapismo, y que tal como se presenta hoy en las Cortes puede ser una
sobredosis mortal para la célula familiar.
PASAMOS por alto el párrafo donde el ministro asegura con toda seriedad «que quede claro que no
podemos aceptar ninguna lectura de los acuerdos (con la Santa Sede) que sea contraria a la Constitución
española». Hace bien; denuncien, pues, los acuerdos, porque la lectura del proyecto de ley que ahora se
debate, si no es contraria a la Constitución —.cosa que defiende, por ejemplo, Coalición Democrática—,
sí va abiertamente contra los acuerdos firmados con Roma.
Mucho tiene que enmendar el Pleno si quiere que la futura ley del divorcio sea lo que el ministro
pretende: una ley moderna y realista. Siempre, claro está, que no se confundan los términos: moderna no
quiere decir confusa, y realista tampoco significa echar al país por la calle de enmedio.