EL REGIONALISMO COMO EMPEÑO NACIONAL
QUIZA ningún tema politico ha estado tan ^ presente en los idearios de los partidos, casi diriamos que sin
excepción, como el tema de las regiones. Esta universalidad del tema es, sin duda, algo bueno y positivo.
Los movimientos regionales, limitados, como dijo Ortega en 1931, a "una o dos regiones ariscas", eran
parte de aquel movimiento desintegrador del proceso de una decadencia que el mismo Ortega había
definido dies: años antes en "España invertebrada". E insisto con deliberación en estas citas de Ortega,
porque no deja de ser triste que uno de nuestros ´más originales pensadores políticos, que enjuició con
tanta clarividencia la sociedad de nuestro tiempo^ esté un tanto olvidado e incluso "desaprovechado" en
esta tierra que fue raíz de su palabra y de su pensamiento.
PERO volvamos a esta nueva universalidad del tema de las regiones. Decía que era al
go bueno, porque esos movimientos regionales puede que no sean ya un movimiento centrifugo,, sino un
verdadero empeño nacional de reconstruir España en una armonía solidaría de las regiones o pueblos que
la componen. En la medida en que ese propósito se concibe en un plano global pierde el sentido de un
proceso de descomposición, para entenderse como un empeño constructivo. Creo que es,difícil lograr una
solución acertada que obtenga el^asenso de todos. Pero si se consiguiera, creo que por si sola justificarla
la aventura de añadir una más a la historia de nuestras constituciones. Porque hacer o reformar la
Constitución es como hacer o recrear el Estado.
LA tarea es, ciertamente, difícil, y debemos preparar nuestro ánimo a padecer contrariedades y
decepciones. Y quizá será prudente comenzar enunciando sus dificultades.
LA discusión empieza en la ** apreciación misma de la personalidad de las regiones. No hay duda que
hay regiones que se creen "más regiones" y que usan .eufemismos o expresiones sofisticadas para
referirse a España como unidad política y aluden a sí mismas como "pueblos" o "nacionalidades".
Alguien dirá: intolerable. Otros, en cambio, querrán quitar hierro a esa expresión y aconsejarán que no
riñamos por cuestión de palabras. Estoy más con éstos que con aquéllos, no sólo porque, como Feijoo, me
siento ciudadano del mundo, sino porque nación todavía significa en la lengua española el lugar de donde
se es natural o donde se ha nacido. Pero bien pudiera ser que alguien —apasionadamente— conteste
como Unamuno contestó cuando, a principios de siglo, los españoles se planteaban cuestiones de teología
moral sobre el liberalismo: "Yo soy liberal, de ese liberalismo que es pecado," Y entonces, ciertamente,
decir que las regiones son naciones puede sis´ m ficar que aspiran a organizarse como \ estados
independientes.
V ésta es la segunda gran dificultad del tema: su ineludible carga emocional. Tanto en el tema regional
como en el de las naciones, nos movemos en ese espinoso campo de los sentimientos irracionales. Y en
ese campo minado pueden caer tanto los que defienden las "nacionalidades" regio´nales como los que más
o menos tímidamente recuerdan el viejo principio de la soberanía "nacional?´, una, e indivisible. Y es
imítil recordar a unos y otros que no van con el ritmo de los tiempos, porque las emociones y las pasiones
se irritan o exaltan con la contradicción, por muy racional y persuasiva que ésta pueda ser. Esperemos que
en ese marco de universalidad con que el tema se acepta en todas las regiones de España, sin contradecir
los sentimientos del catalán, del andaluz, del castellano o de quien se sienta simplemente español,
podamos construir una nueva España más solidaria y tolerante de sus diferencias.
NO es menos compleja la delimitación del ámbito territorial de cada una de las regiones. Ya, hemos
empezado « oír voces de discordia. No olvidemos que cuando el ingenuo Pi y Margall quiso imponer un
proyecto da Constitución federal a los españoles, la primera denuncia de traición fue formulada por sus
propios correligionarios, porque el articulo primero del proyecto de aquella Constitución enumeraba los
"estados" que componían lo nación española: Andalucía. Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias,
Baleares, Canarias, Castilla la Nueva..., y así hasta diecisiete, con el imperdonable olvido de Cartagena y
otros "cantones" que habían proclamado su independencia.
OTRA, y no pequeña dificultad es precisar los ámbitos de autonomía en función de la naturaleza del
proceso. Estos no pueden ser los mismos cuando el regionalismo o federalismo es el escalón de un
proceso que une lo que estaba separado, que en el caso inverso en. que se descongestiona una unidad para
diversificar sus elementos. Así, por ejemplo, la Alemania de nuestros días, que primero se reconstruyó
reorganizando la administración de las zonas ocupadas por los aliados, atribuyó a la República Federal,
con una hábil fórmula jurídica de concurrencia, todas las "competencias políticas" que necesitara asumir
para restablecer la unidad alemana, reservando a los países o regiones todas las "competencias
administrativas" que ya poseían y con las que renacieron desde las ruinas de la. guerra. Italia, en cambio,
como Bélgica o Gran
Luis SÁNCHEZ AGESTA
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(Viene de la pag. anterior)
Bretaña, atribuyen competencias limitadas a los regiones, en función de sus peculiaridades o de la
naturaleza limita* da de lo regional, para no deshacer anárquicamente lo que ya está hecho, aunque pueda
ser desarrollado o reformado.
EL proceso, además, ha sido ** siempre lento y pragmático. En los Estados Unidos, después de la
sacudida de una guerra civil, la prudencia del Tribunal, Supremo ha.presidido a lo largo de un siglo un
difícil problema de acomodación. En Suiza, la pacifica Suiza, a la, que no faltó tampoco la violenta
experiencia de una guerra civil, una fórmula ágil de referéndum ha reajustado la Constitución federal por
espacio de un .siglo. Los mismos italianos se tomaron más de veinte años para aplicar las cláusulas
regionales de la Constitución de 1947, y no digamos con qué plazos de demorada prudencia está
sondeando el Parlamento inglés el asentimiento de escoceses., galeses e irlandeses del Norte. Ya sé que
los españoles no pueden esperar tanto. Pero no debemos olvidar la experiencia de tres cuartos de siglo de
ensayos frustrados de mancomunidades y estatutos, con el paréntesis, también, dé una guerra civil.
ESTE apremio del tiempo *** perdido no nos excusa, sino que nos obliga a subrayar los problemas. No
pensemos simplemente en resurrecciones, porque el problema de las autonomías regionales no es
uniforme en el tiempo. Cambia con el progreso técnico y con el progreso moral de la humanidad hacia
una realización ca da vez más solidarla de lo universal Humano. Nadie pudo pensar a principios del siglo
XIX los ferrocarriles, o las autopistas, o los medios de comunicación aérea, o las necesidades
supranacionales de la economía, por referirme a hechos en que ha impreso su sello el ingenio técnico.
Pero tampoco nadie pudo pensar que el respeto a los derechos humanos iba a ser un principio universal
que empieza a escaparse de la misma jurisdicción de los Estados. Y que hubiera, en cambio, otros temas,
como el urbanismo o la protección del medio ambiente, de tan característico signo regional, o las
peculiaridades estrictamente regionales del problema agrario de nuestros días.
NO olvidemos, por último, ^" que esa unidad compleja que es el Estado regional o federal es un artificio
humano que se realiza con instrumen~ tos político-Jurídicos como una división territorial de
competencias. Hay que diferenciar los cuadros tradicionales de funciones del Estado sobre los que puede
proyectarse esa división. O, dicho en otros términos, ¿quién gobierna?, ¿quién legisla?, ¿quién
administra?, ¿quién juzga?. Y, aun más apuradamente, ¿qué materias concretas son objeto de un gobierno,
de una legislación, de una administración o de una justicia separada o comúnf
y para que no pueda parecer que sólo subrayo la compleja dificultad de este empeño, recordaré que el
pensamiento federalista contemporáneo destaca dos principios muy simples que pueden orientar todo»
esos, problemas: el de subsidiaridad y solidaridad. El de subsidiaridad pide que se atribuya a cada parte
aquello que está naturalmente capacitada para hacer. La solidaridad no sólo recuerda cuanto hay de
físicamente homogéneo y comp1ementario, sino que, desde el punto de vista ético, reclama una
coparticipación en las responsabilidades y en el bienestar de todos
Luis SÁNCHEZ AGESTA