¿POR QUE ASI Y NO DE OTRO MODO?
Por Joan FUSTER
EN fin, ya votó quien pudo y quiso, y las flamantes computadoras del Estado han sacado las últimas
cuentas del escrutinio. Ahora, los comentaristas políticos tienen tela cortada para rato. La composición del
nuevo Parlamento español se prestará a análisis y a cabalas de toda especie, y, desde luego, el hecho
mismo de que haya sido «éste» y no «otro» el resultado de las urnas y del sistema D´Honst dará pie
también a muchas y entretenidas explicaciones. Esperémoslo a ver. La «voluntad popular» hasta la
madrugada del 16 era todavía un enigma: con cuarenta años «sin precedentes», ¿qué podrían dar de si los
comicios convocados por el Gobierno Suárez? Durante meses los meses preparatorios se hicieron
vaticinios, cálculos, hipótesis, para todos los gustos. Naturalmente a estas alturas y con las cifras
verificadas, profetas, encuestadores y demás, sabrán si acertaron o no. Parece que, en general, ciertas
previsiones, las más obvias, se han cumplido. Sólo las más obvias y no todas. Un par de familias
ideológicas muy significadas, de las que se anunciaba o temía éxitos seguros, han quedado reducidas a
poca cosa e incluso a nada... No me meteré en honduras, que no son de mi incumbencia Señalo el dato, y
sigo a lo que iba. Que es: la «motivación del sufragio». Eso de «motivación es un término que los
sociólogos emplean con afectuosa insistencia. Y los psicólogos. Sociólogos y psicólogos,
mancomunadamente, podrían dedicarse y seria útil que lo hiciesen a indagar eso: la «motivación del
sufragio» en las elecciones del pasado día 15. Porque en las circunstancias tan excepcionales en que se
producía el episodio la «motivación politica, en sentido estricto, no acababa de ser creíble. La mayoría de
los vecinos de este país y valga la palabra «país» estaban «despolitizados». La segunda dictadura
había hecho todo lo posible, y más aún, para que lo estuvieran... Bueno, la verdad es que a mí lo de la
«despolitización» siempre me dio la impresión de una trampa. Nadie puede ser «apolítico» y menos aún
«despolitizado», porque, aunque tomásemos estos terminachos al pie de la letra, la conclusión sería que se
«abstienen» o se «inhiben» en política, lo cual no deja de ser una actitud política. El gran drama del
«apolitícismo» cenetista de antes del 36 y de después fue ese: que, creyendo «no hacer política», la
hacían, y no a su favor. El régimen franquista quiso politizar con el Movimiento a la entera sociedad
española: adherirla a su programa. Fracasó en ello, y promovió, como recurso supletorio, la
«despolitización»... Las supuestas multitudes «despolitizadas» por el franquismo eran más «políticas» de
lo que el propio Franco pudo imaginar. Eran «franquistas» sin saberlo.
El «antifranquismo» cualquier opción democrática ha sido clandestino y minoritario hasta hace
cuatro días mal contados. La pregunta inmediata seria: ¿cómo, de pronto, la gente se ha volcado,
globalmente, hacia las candidaturas «antifranquistas» o, cuando menos, «no-demasiado-franquistas»? Ni
siquiera los «burgos podridos» se han inclinado por Alianza Popular, por ejemplo. Y ¡alto: tampoco por
don José María Gil-Robles y sus adláteres, cuya tradición «agraria» tanto incordió durante la II
República. No han cambiado las «estructuras», claro está, pero han cambiado modos y medios de
producción, y modos y medios de diversión uso la terminología clásica con la mayor frivolidad, y la
anciana derecha ha perdido su sitio. Hablar de «derechas hoy, y tras la campaña electoral, sería limitarse a
los Fraga y a los Piñar. Lo del momento es ser «moderados». Y todocristo se ha presensado así:
«moderadísimo». Los partidos técnicamente revolucionarios se han esforzado por dar una imagen de
«moderación» preciosa. Los «despolitizados» del franquismo para empezar a politizarse ¿qué mejor
oportunidad? Y entre tanto moderado», ¿a quién escoger?
Bien mirado, en su manifestación cara a la calle y en sus elocuencias radiotelevisivas, los líderes y los
partidos en lucha han procurado no ser demasiado radicales. Sobre todo los de la izquierda. Todos se han
«moderado»: la derecha liberal y la izquierda revolucionarla. Hasta el punto de que un elector inocente,
leyendo los carteles y las proclamas de la oferta, no habría sabido discernir entre tirios y troyanos. Todos
están por la «democracia», que es el vocablo mítico. O por, la «libertad». Y por los «arreglos» en materia
de jornales y de crisis económica, temas que, dicho sea de paso, nadie ha atacado a fondo con un mínimo
de responsabilidad... La «motivación del sufragio», en definitiva, no se hallará por este lado. Las masas
ingenuas exceptuando el sector con «conciencia de clase», que se reveló parquísimo han caído en la
trampa. Votando a unos o a otros, creían votar lo mismo. La «motivación» no ha sido «lógica». De ser
lógica, el proletariado habría sido unánime en el voto comunista, a pesar de que el P.C. no es lo que
tendría que ser. ¿Entonces?
La «propaganda» ¿hasta qué punto ha sido determinante? Carteles, «slogans», fotos de Jerifaltes,
emblemas, banderolas, himnos, canciones... Entramos con esto en un nivel de «motivación» que escapa a
un planteamiento «razonable»; de ideas. «A posteriori», uno concluye que efectivamente los «tipos»
políticos que desde perspectivas diversas han encarnado los señores Suárez y González han pesado
mucho sobre el voto indiscriminado. La opinión femenina habrá calibrado su grado de «guapos». Y ya es
algo. Pero, además, había otras razones. Fuera de la Cataluña estricta y del País Vasco, estas figuras
tenían que imponerse a la provinciana degradación del franquismo. A ese nivel, ni don José María Gil-
Robles, ni el profesor Ruiz-Giménez, ni los demás, no tenían nada que hacer. Ni siquiera el conde de
Motrico, que, con una prudencia estoica, se quedó en casa. La víspera de las elecciones, las
muchedumbres celtibéricas aún estaban indecisas. Apremiadas por la superstición del «voto», hicieron
cola ante las urnas y votaron a Adolfo o a Felipe, y el canto de un duro decidia lo uno o lo otro. Las
candidaturas provinciales se beneficiaban de ello. Tantos años con una «politica» franquista fracasada
en estas urnas ¿qué se podía esperar? ¿Un matiz? Yo no he votado porque en mi circunscripción tenía
que votar «candidaturas cerradas». Para un habitante de pueblo, el candidato no es fantasma, sino un
compromiso mutuo. No existia esa posibilidad.
La gente votó como Dios le dio a entender. Quiero decir: «a dónde va Vicente», que es la rima del
proverbio. Y si yo tuviese que emitir un juicio sobre el resultado, diría que la maniobra no ha sido sino lo
que tenía que ser. La herencia del franquismo, circunscritamente provinciana, no daba lugar a otro
recurso... Quizá en la próxima invitación a votar, cuando sea, los votos se diseminen de una manera más
meditada. El aprendizaje del «parlamentarismo» no tardará en revelar sus limites en la España oficial. Es
muy probable que en esta restauración, salvando las distancias, Suárez intente ser Cánovas, y González
ocupe el lugar de Sagasta, y se turnen. Nunca se sabe. Pero las diversas, múltiples amarguras irresueltas
de clase, de nacionalidad, de credo volverán a emerger con ira. En estas votaciones todo, o casi todo,
ha sido mero «sucursalismo», de una parte, y cuquería de «pacto social», por otra. O sea, que, a pesar de
todo, los votos de la llamada «voluntad popular» han refrendado los poderes arcaicos y arqutípicos: la
«sucursal» y el «pacto» genuflexos. Eso es evidente. Y lo malo es que para que el «electorado» cobre o
recobre la, conciencia (o consciencia) que le corresponde quizá hagan falta cuatro años la duración de
una legislatura o más. A los . contribuyentes menores nos queda la espectativa de contemplar cómo se
comportarán en las Cortes los «elegidos». A todos nos pertenece el derecho de desconfiar...