Miércoles 19 octubre 77/DIARIOI6
Ahora es la hora
Federico Ysart
El programa del primer Gobierno democrático de la nación para 1978 tiene su centro de gravedad en la
actuación económica. Este rarísimo ejemplo de dictadura que se autodesmantela para ceder un puesto sin
violencia a la democracia, en palabras recientes de "Le Monde", tiene bajo su brillantez los pies de barro.
La intendencia, primera preocupación de todo estratega, podría acabar con el milagro español si el
conjunto de la sociedad, impulsado por el Gobierno, no fuera capaz de enderezar la trayectoria por la que
resbala insensible desde hace años.
El paso del hambre histórica de los hidalgos de esta tierra al consumjsmo más zafio que caracterizó los
años 60 y primera mitad de los 70 ha condicionado radicalmente los usos de los españoles para bastante
tiempo.
En esta situación de debilidad ética y social hubo de producirse el cambio democrático: sin solidaridad,
justicia ni orden.
Los últimos dos años del antiguo régimen contemplaron Impávidos la sangría económica que supuso la
ruptura del sistema de precios petrolífcros y demás materias primas.
Europa entera se estremeció para en dos años volver a respirar. En España, el autoritarismo no lo
permitió, porque el consumismo era intocable. La carrera por el bienestar y el orden público constituían
los dos soportes del franquismo; eran el precio de la libertad enajenada. El orden se resquebrajaba
anualmente entre trimestres de estado de excepción y asesinatos terroristas o huelgas que volvían a
imponerlos al año siguiente. Sin orden público, la apariencia de bienestar era la última justificación de la
dictadura. Y en beneficio de ella se hipotecó el futuro.
El gran vacío
Tras la muerte Franco no hizo falta que nadie liquidara el franquismo, estaba muerto de años atrás y sólo
la supervivencia física del fundador mantenía a duras penas el tinglado de su régimen. El 20 de
noviembre de 1975 España afrontaba asi uno de los mayores vacíos existenciales de su historia reciente.
De alguna forma despertaba a la realidad como Francia, Inglaterra o Alemania lo habían hecho en 1946,
tras la pesadilla de una guerra y sobre un lecho de cenizas, circunstancias ambas que suelen inducir a la
solidaridad. Pero aquí no terminaba ninguna guerra que hubiera calcinado una realidad económica de
oropel y pespuntes. Por el contrario, era preciso consumar una paz a la que no hablan llega do los
antiguos vencedores, que seguían viendo vencidos amenazantes por doquier. Y el 15 de junio del 77, sólo
año y medio después, se consumó.
Durante este tiempo, que fue para la política, porque lo primarlo era la racionalización de las tensiones
ideológicas y sociales, no existían los instrumentos ni la confianza para acometer la tarea de saneamiento
económico que hoy se plantean todos los partidos parlamentarlos a instancias del Gobierno. Afrontaria
hoy, mañana seria más caro; es un imperativo nacional, por difíciles que vayan a ser las circunstancias en
que se desarrollen laS elecciones sindicales y locales pendientes. Hoy hay instrumentos y capital político
interior y exterior para la nueva empresa.
Salvar a España
Ahora es la hora de la solidaridad, de la responsabilidad, de la reconstrucción, La hora de salvar
una España libre, justa y democráticamente organizada.
La consolidación real de todo ello supera´ la capacidad de cualquier fuerza política aislada. Sin el
consenso generalizado de todas las presentes en el Parlamento del que los resultados de las
conversaciones de la Moncloa es un anticipo, sin la conciencia colectiva de una nueva frontera común
la convivencia democrática, la acción de este Gobierno, o cualquier otro, difícilmente podría llegar al
cambio cualitativo que España requiere.
Las adversas circunstancias económicas de esta etapa constituyente parecen contribuir a configurar esa
democracia moderna, beligerante en la transformación socio-económica, fuerte en su equilibrio de
poderes, ajena a sarampiones parlamentaristas y con el Ejecutivo compensado por el protagonismo vital
de un pueblo sin hábito de disciplina partidista. Una democracia real, en suma, capaz de conjugar por su
fortaleza la eficacia con la libertad, el orden con la justicia, las tensiones dialécticas con la fraternidad.
Capaz de hacer posible la unidad en base a las autonomías de los países que conforman su totalidad.