LA SESIÓN DE AYER
Con las debidas licencias
Corrían ayer rumores de que las Sociedades Protectoras de animales están alarmadísimas. La cosa no es
para menos. Doce sesiones del proyecto de ley de Caza suponen para muchos ciudadanos sensibles un
ensañamiento cruel. Las señoras que prohijan gatitos y los caballeros amantes de las tiernas avecillas
elevan los ojos contristados al cielo y se preguntan: "¿Hasta cuándo, Señor?", interrogación que también
se hacen otras personas ajenas al arte venatorio o cinegético, por causas que no acertamos a comprender.
Porgue los debates prosiguen con un entusiasmo altamente loable. Se cruzan apuestas sobre la fecha del
próximo invierno en que acabarán. Parece que los procuradores no han agotado todas las especies
europeas. Luego pasarán a las de otros continentes. Lo último, según fuentes dignas de crédito, serán las
focas y los pingüinos de las regiones polares. Se pretende —-versión que recogemos con las naturales
reservas—una modalidad parlamentaria de caracteres educativos excepcionales: la presencia de alumnos
de Ciencias Naturales en la sala que habita desde hace tres semanas la Comisión de Agricultura. Irían
acompañados de sus profesores. Los ujieres serían sustituidos en ese caso por guardas del parque
zoológico de Madrid.
Los señores Arroyo, Serrat, Escudero, Aznar, Esperabé y, naturalmente, el conde de Mayalde, hablaron
de las licencias de caza. De las debidas licencias, se entiende. Esto de cazar es muy complicado. Que si
cazar con hurón es una industria y hay que pagar tanto. Que si cazar con reclamo es demasiado cómodo y
hay que pagar cuanto. Que si los galgos, que si las liebres... Unos eran partidarios de bajar o sostener el
costo de las licencias; otros, de subirlas. Así se fueron pasando largos minutos. Y en otros temas de
trascendencia similar se pasó la tarde y parte de la noche.
Mayalde se remontó a la ley de Caza de Canalejas, que ha durado una porrada de años y a la cual, según
dijo, se la critica injustamente. Ignoro lamentablemente, como treinta y tres millones de mis compatriotas
(que somos todos los que no cazamos) el contenido de tan sabia ley. A mí, lo confieso, lo que me
impresionó fue esa de la lucha antideportiva del hombre con la perdiz. Tal aseveración me llenó de
desconcierto. Conocía los combates de Urtain y de Legrá, y los del mariscal Pétain y otros héroes y
patriotas de Francia. Pero lo de la perdiz... Y he ahí que ayer un honorable parlamentario dirigió
indirectamente un duro reproche a quienes apelan a las premeditadas y engañosas maniobras del reclamo
para digerir estofados a tan excelentes animalitos. !Honrosa y gallarda actitud! La perdiz, como el toro
ibero, debe morir frente a su enemigo y en relativas condiciones He medios de defensa. Grave asunto, que
bien merece la pena de ser debatido en horas extra-ordinarias. Al ardiente celo de los señores
procuradores brindo tan sugestiva idea.—José BARO QUESADA