Gil-Robles
La muerte del dirigente democristiano don José María Gil-Robles equivale a la desaparición de la escena
política española de uno de los «gigantes», uno de los pocos líderes históricos de la preguerra que aún
permanecían vivos. Con él desaparece un fundamental protagonista del último medio siglo de nuestra
historia.
Don José María Gil-Robles, fundador y presidente de la CEDA (Confederación Española de Derechas
Autónomas) y ministro de la Guerra en la II República, tuvo una juventud política de dudosos perfiles.
Líder de las Juventudes de Acción Popular (JAP), organización con abundantes ingredientes fascistas que
saludaban «a la romana», era llamado «El Caudillo» por sus seguidores y acudió invitado al congreso del
partido nazi alemán en Nuremberg, en 1933. En la guerra civil, apoyó claramente la sublevación militar
de los generales Mola, Sanjurjo y Franco.
Su postura —utilizando una terminología de hoy-«de centro» le valió, sin embargo, los ataques de las
derechas de Renovación Española —la formación política de Calvo Sotelo—, que le acusaban de «traidor
a la Monarquía», y de las izquierdas, para las que era un «fascista-clerical».
El caso es que Gil-Robles despuntó en política desde muy joven. Fue un brillantísimo abogado y profesor
que alcanzó la cátedra universitaria con la increíble edad de veinticuatro años. Alumno del cardenal
Herrera Oria, también fue periodista, como director durante unos meses del periódico católico «El
Debate».
Sería, sin embargo, a partir del fin de la contienda, cuando adoptara una postura netamente antifranquista
y de oposición al régimen. Los ataques de los falangistas contra él, desde los mismos inicios de la guerra,
le empujan a elaborar un violento escrito en el que señala que «callaré por patriotismo» y amenaza con
hablar «bien alto» cuando la guerra acabe.
Y lo hace. Con lo que se consagra como uno de los principales paladines de la causa democrática, como
única solución para el futuro de España.
Exiliado en Portugal, regresa a España en 1953 porque desea dar a sus hijos una educación española, pero
en 1962, al acudir a la famosa reunión de Munich, donde abraza al socialista y antiguo rival político
Rodolfo Llopis, es condenado a un nuevo exilio.
Su actitud le ocasionó numerosos sinsabores. Por ejemplo, el ser expulsado del Consejo Privado de don
Juan por acudir a Alemania y firmar aquel manifiesto que la propaganda franquista bautizaría como «el
contubernio de Munich», que pedía una pronta y total democratización del país.
Su firme vocación democrática quedó plasmada en su soledad política, en su firme oposición a cualquier
colaboracionismo, contrario a la línea propugnada por su viejo maestro Herrera Oria, y seguida al pie de
la letra por los Artajos, Castiellas o Silvas.
A pesar de su enorme talla y experiencia históricas, en las primeras elecciones democráticas de 1977
obtuvo un enorme fracaso con el Equipo de la Democracia Cristiana.
Pero Gil-Robles ya tenía su mejor premio: el de ver plenamente instauradas la Monarquía constitucional y
la democracia por las que él tanto luchó.