TRIBUNA LIBRE / EL DEBATE SOBRE EL USO DEL CATALÁN
¿El catalán es español?
FRANCESC FERRER I GIRONES
«Ningún español culto debe tener que acudir a traducciones del catalán y del portugués».
Unamuno: Andanzas y visiones españolas, página 147.
Con motivo de la campaña del referéndum a favor del Estatuto de Autonomía de Cataluña, tuve
oportunidad de hablar en centros catalanes del sur de Francia, los cuales estaban integrados básicamente
por exiliados de la guerra civil. Al exponer la situación política de Cataluña respecto del Estado español,
y compararla con el ambiente existente en el momento de aprobarse el estatuto republicano, afirmaba que
los medios de comunicación, en esta ocasión, no habían atacado a Cataluña, ni al Estatuto de Autonomía,
como había ocurrido en 1932. En definitiva, les manifestaba que, finalmente, en el Estado español se
había aceptado el hecho diferencial catalán, y que, por fin, podríamos continuar siendo nosotros mismos,
sin hostilidades ni hostigamientos de ninguna clase.
Pero, esta calma, este reconocimiento generalizado, esta admiración de cómo se llevaban las cosas en
Cataluña se rompió de golpe y surgieron a partir del mes de marzo, desde diferentes ángulos, los Royo
Villanova, los Giménez Caballero, los Ledesma Ramos de 1932. Y en lugar de preocuparse todo el
mundo de los problemas importantes, y realmente esenciales, del país, como la inflación, el paro, la crisis
económica, etcétera, se han empeñado muchos en cul-pabilizar a Cataluña, por cuestiones que no alteran
la vida productiva, sino que solamente tienen vaporosidades semánticas, sentimentales o simbólicas.
De nuevo quieren que los catalanes nos encontremos forasteros dentro del Estado. Otra vez se rompe
nuestro encantamiento, al comprobar q,ue no somos comprendidos en España. Por enésima vez
constatamos que hay aún personas que quieren, desde su vocación de separadores, que ser catalán sea
incompatible con el Estado español, al no admitir ni la plurinacionalidad ni el poliglotismo de sus
habitantes.
El ente España no fue creado exclusivamente por Castilla, aunque así lo dogmatizara Ortega. Nadie se
acuerda de que Cataluña, dentro de la confederación catalano-aragonesa, era parte en la constitución de
España. En definitiva, todas las apariencias apuntan a que Cataluña no sea fundador del proyecto político
llamado España. Desde su formación o constitución hasta estos momentos, Cataluña ha pasado de gozar
de su total libertad nacional, de sus instituciones propias, de su lengua y su cultura, a no tener nada, a
perderlo todo por la fuerza de las armas, y ahora nuevamente a ser in-comprendida a causa de nuestra
historia, de nuestra lengua y de nuestras señas de identidad.
Nosotros nos preguntamos; ¿es que la incompatibilidad de ser español proviene de los catalanes? No. En
la perspectiva del principio de causa-efecto se confirma continuamente que son los separadores los
causantes del independentisme. Amando de Miguel lo aceptó de forma rotunda: «Si la persecución que ha
recibido la lengua catalana me la hubieran realizado a mí, yo hubiera sido separatista o independentista».
Eliminemos la causa y no tendremos efectos.
Desgracia o maldición
Búsquese la causa en la política de Martín Villa, que ha radicalizado una situación sin necesidad.
Advertido está este ministro que los temas lingüísticos dependen en buena parte de fenómenos
emocionales y sentimentales en que poco pueden hacer las leyes y las armonizaciones. Pero de su
terquedad en querer regular las lenguas no castellanas, como si de una desgracia o maldición se tratara,
volvemos a comprender que nuestro sitio no está en un Estado que se preocupa más de frenar y cercenar
que no de promover y divulgar las lenguas.
En alguna Prensa madrileña se ha comentado desgraciadamente la concentración catalanista del Nou
Camp el día de sant Joan. Pero yo me pregunto; ¿quién llenó hasta las banderas el estadio? Lo llenó la
política anticatalana del Gobierno, y lo llenaron todos aquellos infatigables perseguidores de la lengua
catalana. El mérito se lo debemos a ellos. En Cataluña no deberíamos movilizarnos para defender nuestro
patrimonio si tuviéramos un Estado que nos lo protegiera, y nos asegurase su mantenimiento.
Y es que mientras exista el convencimiento que para ser español se tenga que pertenecer a la cultura
castellana, no llegaremos a ninguna parte. Existen muy pocas personas que consideren patrimonio común
a la cultura catalana, y en cambio admiten que lo es la castellana. Ninguna aportación catalana es asumida
por el Estado ni por los mass media, con excepciones honrosas. Lo genuino español es lo castellano.
Entonces es normal que un catalán no pueda sentirse español si el Estado no tiene capacidad de asumir su
cultura y su lengua.
En 1898, Joan Maragall decía: «Escolta Espanya la veu d´un fill que et parla en veu no castellana».
España ha desaprendido a comprender a sus hijos. A guisa de ejemplo, vemos que al heredero de la
Corona se le conoce como Príncipe de Asturias, cuando para todos los ciudadanos de la Corona de
Aragón el heredero era Príncipe de Gerona; en el ámbito religioso, el primado de España es el arzobispo
de Toledo, cuando en realidad para todos los fieles de la confederación su primado es el arzobispo de
Tarragona; el plan de estudios del BUP, en la asignatura Lengua y literatura española, ignora
sistemáticamente a los literatos del área lingüística catalana; el estudio de la lengua catalana se realiza en
todas las mejores universidades del mundo, mientras que dentro del Estado solamente existen fuera de su
ámbito cátedras simbólicas; la lengua catalana no puede representar a España en el exterior, como ocurrió
con el cantante Joan M. Serrat; ha sido introducido del extranjero el día de san Valentín, como fiesta de
los enamorados, cuando ya existía en Cataluña la fiesta de sant Jordi, etcétera. Y así sucesivamente.
Y que nadie culpe a los catalanes por ello, porque, en principio, ellos no tienen la culpa de ser
perseguidos y de ser marginados a causa de su lengua y de su cultura. Cataluña debería vender su imagen
al resto del Estado, se nos achaca a veces, pero nosotros vemos que, a cambio, lo que se viene llamando
español no se nos vende, sino que se nos impone. La catalanización de España se debería realizar
institucionalmente desde el poder, no desde estadios privados.
¿La lengua catalana lleva algún virus, como manifestó Adolfo Muñoz Alonso? Así lo pensamos cuando
vemos la pertinacia y la ceguera con que, de forma solapada, se lucha contra su uso. Actualmente, dentro
del principado su utilización no llega ni al 10% de lo que exige su plena normalización, y en cambio el
Estado se arruga y pierde su capacidad de absorberla, y, como dice Pemán, ello no es sino «un vaso de
agua clara». Muy pocas personas han demostrado aprehender y comprender la realidad cultural catalana,
aunque existan nombres ilustres como Pemán, Carretero, Ridruejo, Laín, Tovar, Aranguren,
Ruiz- Giménez, etcétera.
Solidaridad total
En las Cámaras legislativas se habla continuamente del principio de solidaridad entre las tierras de
Hispània, y así lo consagra la Constitución de 1978, pero esta solidaridad se entiende solamente a partir
del terreno económico, y nadie parece inclinado a ejercerla en el campo de las lenguas peninsulares. Y la
solidaridad debe ser mutua y en todos los campos de la vida. No se puede aceptar lo que conviene o
interesa de Cataluña y dejar su cultura y su lengua como un tema folklórico y residual. El catalán tiene
obligación de ser bilingüe, y se consagra la cooficialidad de las lenguas, en el Estatuto.
Ahora bien, ni el Estado, ni sus funcionarios, ni ciudadanos catalanes de destino aceptan en todo
momento esta norma legal, y menos aún como una riqueza y un perfeccionamiento, sino más bien como
un estorbo y una complicación, y continúan con su impenitente monolingüismo empobrecedor y
discriminatorio.
Terminemos con esta ceguera. Anunciemos una nueva era donde la lengua catalana ocupe el lugar que le
corresponde por su historia, por su importancia literaria, por el número de ciudadanos del Estado que les
es propia, y así renazca la convivencia, la mutua estima y el respeto debido. Porque yo también estoy
seguro de que «pasarán parlamentos, desaparecerán todos los partidos, caerán regímenes y el hecho vivo
de Cataluña subsistirá».
Francés Ferrer i Gironès es senador por Gerona de Convergencia y Unió.