La autonomía andaluza
Por, Juan Manuel FANJUL SEDEÑO
C ADA uno de los entes autonómicos ofrece características muy diversas en lo geográfico, étnico, histó-
rico, lingüístico, cultural, económico o social. No todas éstas variables regionales que ha definido Caro
Baroja se ofrecen conjuntamente en cada "grupo humano diferencial, sino que unas predominan sobre
otras. Esos factores domirantes influyen no ya en los supuestos jurídicos que han de sustentar sus
diferencias, dentro de la unidad española, sino en las posiciones políticas que adoptan sus pueblos y su
contingente polarización alrededor de los partidos. Ésta diferente influencia de las Variables es tan
poderosa que, mientras en algunas lo histórico, lo étnico o lo lingüístico son el supremo catalizador de su
unidad, en otras todo ello no alcanza a tener un lugar definido; el peso de lo económico o la angustia de lo
social condicionan todo el proceso.
En Cataluña predomina lo histórico, lingüístico, cultural, que se siente integrado politicamente
en el interclasismo de Convergencia i Unió, nutrida de clase media económica y profesional y de todo un
mundo rural de payeses tradicionales que sustentan la autenticidad, el «seny» catalán, fundamento
sociológico de la Generalidad.
En Euskadi las variables étnicas, las de idioma y costumbres, su aislamiento secular prenden con carta de
naturaleza, unidas a razones económicas e industriales de primer orden. Reúnen así a las gentes de los
caseríos, a la clase media urbana y a mucha parte de la alta burguesía y aún de las élites financieras e
industriales. Es el poder del PNV flanqueado por los grupos de extrema izquierda y extrema derecha.
Galicia, pecularisima, recluida histórica y geográficamente en su rincón mientras sus gentes se dispersan
por el mundo, no ha conseguido «clasificar» su autonomía, centrada más en el aislamiento que en el
contraste y ofreciendo, para mayor curiosidad, su polarización política en partidos «centrales», quedando
contradictoriamente como residuales los grupitos de abanderamiento regionalista.
Ahora vienen los andaluces, también con sus características propias. El impulso de su autonomía no nace
de la Historia, ni del idioma, ni de una etnia o una cultura autóctonas, sino de la desesperación que
constituye la pobreza. Andalucía va hacia la autonomía porque piensa que en ella encontrará mejores
soluciones para salir de la miseria; lo demás, si aquella motivación no existiera, le importaría poco. Por
eso triunfarán en ella quienes de manera más convincente le ofrezcan una solución para eso y
exclusivamente para eso. No olvidemos que en el nacionalismo de Blas Infante influye preferentemente la
liberación social y que el estribillo del himno de Andalucía canta: «Andaluces, levantaos, pedid tierra y
libertad». Hay un sondeo efectuado por la Junta de Andalucía del que se ha hecho eco José María de los
Santos en «Documentación Social». En él se demuestra cómo el problema del paro se presenta
íntimamente ligado a la autonomía. A la pregunta sobre las ventajas de la autonomía, más del 60 por 100
en algunas provincias, casi el 70 en otras, responden con razones que inciden todas en el trabajo, el
desarrollo y la industrialización. Se dibuja, pues, en la autonomía andaluza como «factor dominante» un
drama socioeconómico que, agravado por circunstancias coyunturales de crisis económica, obedece a ca-
rencias de estructura tradicional. Fácilmente puede corregirse, así, cuáles son las previsiones electorales
que se adivinan en el umbral de la próxima autonomía. Andalucía no va a su autogobierno movida por
idioma, cultura o Historia propios y peculiares; va tras del milagro que directa e inmediatamente sea
capaz, coyunturalemente, de acertar con unos esquemas que destierren para siempre la angustia de su
población campesina. Mientras la mayoría de los movimientos autonómicos buscan reencontrarse con su
pasado, los andaluces lo que tratan es de olvidarlo.