TRIBUNA LIBRE
Blas Infante, un símbolo difícil
ENRIQUE INIESTA COULLAUT-VALERA
La función sociológica del símbolo exige su universal aceptación por la
colectividad que se proyecta en
él. La ambigüedad de una bandera puede alzarse por brazos hasta adversarios.
Cada cual la lleva con su
grito personal. Pero un hombre hablo, actuó, fue muerto por manos concretas...
Si no se le amordaza, si
sus escritos no son censurados, si sus acciones no se silencian, si sus verdugos
no son hurtados al dedo
fiscal de la Historia, el hombre resulta difícil símbolo común para un pueblo.
Blas Infante Pérez fue un campeón de la unidad andaluza. Cierto. Pero su voz y
sus hechos se fueron
concretando con tal nitidez que no pueden usarse a modo de comodín para todos en
tumulto
indiferenciado. Figura compleja, no fue contradictoria ni salsera de todos los
platos. Ha sido sacada
precipitadamente del olvido y alzada, a veces, como muñeco guiñolesco adaptable
a toda farsa y
comparsa, cualquier verdad y opción. Y no. Quizá sea útil un signo de todos.
Pero acaso el símbolo de
todos acabe siendo el de nadie. Infante es el hombre de la gran mayoría de los
andaluces, porque vivió,
escribió y murió fusilado por los empobrecidos, pacíficos, libérrimos,
sensibles, airados hombres de la
feraz Andalucía, Con tal. desechemos la foto fija, la frase y el gesto sin
contexto, entrando a fondo en sus
trece obras publicadas, sus dos inéditas, sus casi 2.000 manuscritos y su total
trayectoria, puede llegar a
saberse para qué y para quiénes quería esa unidad de los suyos; de qué y para
quiénes tal unidad resultaba
exclusión, autoexclusión.
Después de unos estudios dificultados por los apuros económicos que los
labradores medios andaluces
sufrieron en los años del 98, hasta interrumpidos por trabajos de administrativo
en su pueblo. Infante es
notario con 24 años. Con «la visión sombría del jornalero clavada en la
conciencia desde la infancia» que
él escribe y nunca ¡olvidará, con los ojos deslumbrados por la cultura
arábigoandaluza bebida en Granada
y «compañero inseparable de niños gitanos de Casares», cuyas expulsiones «me han
servido después para
explicarme la Historia de España», se entrega al fervor de un andalucismo
culturalista en la media
burguesía intelectual del Ateneo de Sevilla. Tres años (1910 a 1913) en que
algunos han querido frenarle.
Pero anda él cabalgando entre Cantillana, donde es notario y sangra el tema
agrario, y Sevilla, donde
ejerce un «nacionalismo remedo del norteño» que escucha conferencias a Cambó.
1913 será fronterizo.
Quedarán atrás los juegos aunque sean florales y emergerá el gran tema de su
vida, la reforma agraria, el
problema histórico andaluz. Su segunda etapa (andalucismo agrario) se integrará
en las que sigan y
supondrá la ruptura con lo que supone el Ateneo sevillano. Funda los centros
andaluces «para los aspectos
políticos y económicos del regionalismo» (Soriano Díaz) y su órgano, la revista
Andalucía. Nace ya su
tercer momento, andalucismo integrador popular, «nuevo nacionalismo» que diría
en El Liberal (Sevilla,
16-4-1917). «Nuevo», por popular, no exclusivista, «universalista, paradójico»
hasta «desconcertar a los
nacionalistas norteños peninsulares», que dirá él. Y aquel mismo año, el gran
revulsivo de la Revolución
Rusa. En los pueblos andaluces no se habla de otra cosa. Infante asume el riesgo
de enjuiciarla
confesándose «enemigo de la dictadura burguesa», mientras afirma que la
trayectoria de Lenin
«desacredita el comunismo» por el rol déspota de la burocracia y el Ejército.
Con ello, se adelanta
veintiséis años a Milovan Djilas. Y afirma: «Nuestros descendientes se llamarán
socialistas o comunistas,
pero, a pesar de adjetivarse asi, preguntarán: ¿dónde está el socialismo? En los
libros teóricos, esperando»
(La Dictadura pedagógica). Pero el fenómeno soviético le radicaliza y la
Asamblea Andalucista de
Córdoba (1919) publica su célebre Manifiesto, «que el mismo Infante redactó, de
tonos extremadamente
duros y posiciones muy radicales» (Lacomba). Con él, se decanta la cuarta etapa
infantiana, el
andalucismo de clase, desde el que apela a todos los andaluces», porque «el
hambre del pueblo ruge», a
que «se apresuren a hacer justicia». Los años de Primo de Rivera, en la
clandestinidad, le ponen en
contacto con el histórico anarcosindicalismo andaluz. Ve en él el arma de los
«campesinos expulsados de
su tierra», los «fellamenghu», «flamencos». Infante ha dedicado los años de
dictadura a la investigación
de la historia y la cultura de Andalucía. Podría haber sido un notario bon
vivant. Mientras escribe
Orígenes de lo flamenco, hace notar (manuscrito C-31-32): «España, que lo
regatea todo a los
investigadores profesionales, paga muy bien a unos funcionarios, que son los
notarios, dejándoles mucho
tiempo libre para que puedan investigar». Y fue infatigable. Abarcó política,
economía, música, cante,
lengua árabe, lexicografía, filosofía, psicología, fisicoquímica, medicina,
teología, derecho, literatura,..,
en ocho años de retiro en isla Cristina.
Pertrechado con la reflexión, el Infante que emerge de los años primorriveristas
ha observado el cambio
en la táctica anarquista que abandona la violencia a personas y «defiende sus
intereses con sindicatos y
una cultura emancipadora». Parece llegado el Infante final, el de sus 65 últimos
meses. No modera ya el
color clasista de su andalucismo radical (quinta etapa) y funda las Juntas
Liberalistas; se autotitulan
«órgano de los anhelos revolucionarios de Andalucía» (Pueblo Andaluz. 136-1931),
«de liberación» (La
Voz, Córdoba, 29-1-1933). Interpartidistas, no interclasistas, permanecen en
ellas quienes no siguen el
consejo de Infante de ingresar con él en el Partido Republicano Federal (El
Liberal, 21-4-1931, Sevilla), y
serán el otro polo de la eterna dialéctica infantiana: unidad («limitada a
conseguir la autarquía de nuestro
pueblo») y opción por las clases populares, jornaleras sobre todo. Son posturas
de su último manifiesto
del 15 de junio de 1936. La obsesiva ambición del líder andalucista es lo
unitario: «Yo quiero ser y hacer
la trama del lienzo; que otros le den color» (manuscrito AC-17), pero, a la vez,
afirma que «la unidad es
imposible, lanto como lo es que (siendo tránsito lo presente) no hubiera debate
entre los hombres»
(masculino AC-82). Infante. difícil y matizado símbolo andaluz.
Una última precisión que satisfaga la manía clasificatoria: ¿era marxista el
Blas Infante final? Tamaña
cuestión precisaría detenciones aquí imposibles. Pero vayamos a una síntesis
provisional de estudios en
marcha: su último y más desconocido libro (se diría que enterrado aposta) es La
verdad sobre el complot
de Tablada y el Estado Libre de Andalucía. Gran parte, autobiográfico, y una
prueba «notarial» del
bakuninismo del notario andaluz. No reconocía capacidad a la ciencia ni a la
filosofía para analizar
adecuadamente la trascendencia. No admitía el materialismo histórico si se
interpreta como mecanicismo
de las leyes económicas. Pero su método historiográfico y filosófico se apoya en
un estudio riguroso de
las ciencias positivas, valorando al máximo la intuición. No era leninista
porque era libertario. Se negaba
a que las socializaciones (¡la tierra...!) supusieran cambiar la titularidad de
la propiedad privada a la
estatal; autogestionario y cantonalista, defendía, como administradores-
poseedores, a municipios y
asociaciones básicas controladas y ayudadas técnicamente por el poder público.
Comprueba a su pesar— que las clases en conflicto histórico son las
tradicionales en Marx.
El 4 de mayo de 1940 (cuatro años después de cumplida), el Tribunal Regional de
Responsabilidades
Políticas dictaba «sentencia» condenando a Blas Infante Pérez, «fallecido a
consecuencia de la aplicación
de Bando de Guerra», porque «formó parte de una candidatura de tendencia
revolucionaria en las
elecciones de 1931, y en los años sucesivos, hasta 1936, se significó como
propagandista para la
constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz». Infante murió
sin juicio ni sentencia, y esa
«aplicación del Bando de Guerra» se hizo sin tribunal, por un grupo de verdugos
azules, avalados por
arbitraria orden verbal del gobernador Parias y el general Queipo de Llano. En
la noche del 10 al 11 de
agosto de 1936, en el kilómetro 4 de la carretera Sevilla-Carmona, gritó dos
veces «¡Viva Andalucía
Libre!» (y no es honrado mutilar la última palabra de un moribundo), y midió con
su cuerpo la tierra por
la que vivió y murió voluntariamente empobrecido.
Enrique Infesta Coullant Valera es historiador y miembro del Partido Socialista
de Andalucía.