La dureza de Carrillo no ha hecho más que agravar la crisis
El PCE, convertido en un campo de minas político
El Partido Comunista de España, una organización férrea, casi monolítica, en la
que había primado la calma chicha, ha pasado a ser en este año que ahora termina
un campo de minas político. Las crisis pues hay que hablar de crisis en plural y
no de un solo conflicto han ido estallando con pasmosa regularidad a lo largo de
los últimos meses, mientras el «aparato» que dirige Santiago Carrillo no ha
hecho más que avivar la rebelión con medidas drásticas.
El balance hasta el momento es francamente gravoso para el partido: siete
dirigentes renovadores han sido destituidos del Comité Central; cinco concejales
están a punto de la expulsión en el Ayuntamiento de Madrid, y se ha declarado
una auténtica guerra intestina entre los partidarios de dos concepciones
distintas del partido: oficialistas y renovadores. Mientras tanto, el Partido
Comunista de Euskadi-EPK se ha escindido definitivamente en convergentes y
carrillístas, y el PSUC (el partido de los comunistas catalanes) está al borde
del cisma. Y la crisis acaba de empezar.
Las razones de tal movimiento sísmico son numerosas y muy complejas. Arrancan
sin duda de! proceso de adaptación de un partido clandestino de corte stalinfeta
a la realidad democrática.
Es en ese momento comienzo de la transición cuando surge* tensiones fuertes y
entrecruza
cado Es entonces hace ahora un año cuando los renovadores surgen como corriente
en el das, que simplificando puede reducirse a una lucha generacional entre la
dirección gerontocrática que venía del exterior y la organización universitaria
interior, que había llevado el peso de la lucha antifranquista. La vieja guardia
y ios jóvenes ahora llamados renovadores representaban concepciones muy
diferenciadas de partido, tanto a nivel ideológico como puramente organizativo.
Carrillo trata tís solventar las diferencias poniendo en marcha la política
eurocomunista, que significa un desenganche de la URSS y la modernización
ideológica del PCE. El IX Congreso acepta estas tesis y la crisis parece
salvada.
Pero Carrillo no pudo, no supo o no quiso llevar el eurocomunismo al interior
del partido, en el que siguieron mandando los mismos y cuyo proceso de
democratización quedó estanseno del comunismo con el proyecto de llevar adelante
el debate interno y la democratización del PCE. No sólo rompe con su antiguo
aliado Carrillo, sino que muestra palmariamente su propósito de derrocarlo. Los
prolegómenos del X Congreso, celebrado durante tos últimos días del pasado
julio, son muy conflictivos. Los renovadores intentan que se reconozcan las
tendencias, que se democratice la dirección y que se establezca el federalismo,
entre otras reivindicaciones menos significativas. Algunos de ellos se dejan
ganar por el escepticismo y tiran la toalla antes del Congreso: Mohedano,
´Triaría, Tamames...
En la Asamblea venció netamente Carriílo apoyado el aparato hecho a su imagen y
semejanza. Las reivindicaciones eran todas organizativas no políticas, ya que la
estrategia eurocomunista es al menos en teoría aceptada por todos los sectores y
sobre todo por el renovador. Por otro lado, Carrillo dejó muy mermada la
representación de estos «nuevos comunistas» en el Comité Central. La crisis
estaba cantada. Sólo faltaba el pretexto.
Y el detonante fue la convocatoria en Madrid, firmada por cincuenta dirigentes
renovadores, entre ellos seis miembros del Comité Central, a favor de una
conferencia del secretario general de los comunistas vascos, Roberto Lerchundi,
ya anatematizado por el aparato a raíz de que iniciara el proceso de
convergencia por EIA. Las adhesiones a Lerchundi se extendieron a otros puntos
de España y, entonces, Carrillo abrió la caja de los truenos. La crisis estalló
con los resultados ya conocidos. El aparato disolvió a los seis dirigentes
renovadores: Carlos Alonso Zaldívar, Julio Segura, Manuel Azcárate, Pilar Brabo,
Pilar Arroyo y Jaime Sartorius.