OPINIÓN
18junio80/Diario16
Entre las consecuencias de los pasados debates en el Congreso de los Diputados
están la precaria
situación del Gobierno, la significativa división de las fuerzas políticas y la
moderación del programa
expuesto por Felipe González. Estas cuestiones quedan analizadas aquí. Un
segundo artículo que
publicará mañana DIARIO 16 recogerá el análisis del proyecto socialista.
Un programa moderado
Equipo «Reflexiones Socialistas» (*)
Como era lógico prever, dado el interés del pueblo en conocer las propuestas
socialistas para la solución
de los males de la Patria, el debate sobre la moción de censura y consiguiente
rechazo del PSOE a la
lamentable labor gubernamental ha supuesto un fuerte revulsivo para nuestra vida
política sumida en una
desesperante atonía por la acción parlamentaria «consensuada» hasta en los más
nimios detalles, y ha
llamado la atención de unos ciudadanos que se desinteresaban aburridos y
decepcionados, de la cosa
pública.
Como señalásemos en un comentario anterior, la acción del Gobierno ha sido
enérgicamente
rechazada por todos los grupos políticos, ratificando así el desprestigio del
gabinete palpable en la calle,
quedando, además, en una soledad política tal que, para sobrevivir, tendrá
que buscar ayuda entre
quienes le han ofrecido la formación de una derecha natural (pese a los
publicitarios aspavientos de un
Fernández Ordóñez que seguirá siempre donde está) o entre los partidos
burgueses de Cataluña y el País
Vasco.
La imperiosa necesidad de estos pactos parlamentarios, que no van «contra
natura» según se ha visto a lo
largo de la legislatura, el propio juego de tendencias, sustituciones de
personas por espectaculares que
pudieran ser, y que han de afectar al modo de gobernar si no se quiere seguir en
una crisis permanente.
Suárez tendrá que resignarse a aceptar la «colaboración» de aquellos que gozan
hoy de la mayor
confianza de los poderes lácticos financieros y eclesiásticos.
Derechas e izquierdas
Los aspectos que acabamos de citar nos llevan a insistir en algo que
constantemente se está velando, por
miedo injustificado o conveniencia, ante la opinión pública. Y es que, pese a la
auto-calificación como
centrista, reformista e interclasista de UCD y a la moderación de socialistas y
comunistas, las
organizaciones políticas españolas aparecen divididas en derechas e izquierdas.
Las primeras defienden
los intereses del gran capital a través de su proyecto de reforma política que,
sin graves quebrantos para el
poder secular de nuestras oligarquías, homologa, mínimamente, la monarquía
española con las
democracias occidentales. Las izquierdas, por el contrario, con mucha menor
fortuna, intentan defender
los intereses de las clases trabajadoras y, a la vez, tratan de conseguir que la
democratización del país
incida en la mayoría de la población, suponiendo una mejor distribución de la
riqueza, el poder y la
cultura.
Ante este esquema, que algunos se apresurarán a calificar de simplista y
anticuado, los matices de los
partidos, supuestamente progresistas, de las nacionalidades, las distancias de
CD hacia el Gobierno y los
pretendidos escrúpulos «progresistas» de las familias de UCD se desvanecen.
Antiguos anti-franquistas y
franquistas neodemócratas, laicistas y clericales, liberales y autoritarios,
regionalistas y centralistas,
neocapitalistas keynesianos y seguidores de Friedman, olvidan sus diferencias y
cierran filas en defensa
de sus intereses de clase. Ya tendrán tiempo de dirimir, en familia, sus
disputas, de elegir a sus jefes y
distribuirse adecuadamente los papeles.
Ante esto, ¿qué hace la izquierda? Consensuar, poner sordina a su voz y
aceptar con mejor o peor
voluntad su papel de oposición responsable moderando sus programas para no
encrespar a unos poderes
fácticos a los que la derecha ha dotado de atributos atemorizadores muy
alejados de los que
corresponden en la realidad de un ordenamiento político moderno.
La moderación de un programa
La tercera cuestión que creemos merece comentario es la relativa al programa con
que el Partido
Socialista apoyaba la moción de censura. Dicho programa merece análisis más
pormenorizados de los
que lógicamente pudiéramos desarrollar aquí; en una primera aproximación
habría que referirse a su
calidad técnica y a su carácter táctico.
Sobre el primer aspecto es evidente que, a pesar de lo farragoso de su prosa,
del tratamiento heterogéneo
de tos temas y de la disculpable falta de concreción en algunas cuestiones, el
programa tiene perfecta
viabilidad, dentro de la lógica del sistema, y no desmerece, tecnocráticamente
hablando, de otros
programas. Las sucesivas intervenciones de Felipe González contribuyeron a
mejorar algo la primera
impresión, aunque sólo fuese por contraste con los ataques que el señor Abril
balbucía. A la vista de ello,
y dada la oscuridad de las alternativas del Gobierno, se podrá descalificar el
programa socialista por
razones políticas, pero difícilmente se podrá aducir para ello la superioridad
"técnicas" del Ejecutivo
actual.
Por otra parte no se trataba de un programa socialista, sino de un programa
presentado por el Partido
Socialista para la solución de algunos de los más graves y acuciantes problemas
de nuestra sociedad y con
la idea de no restar más apoyos que los inevitables. No tienen mucho sentido,
por tanto, las críticas desde
la derecha, denunciando una supuesta falsedad, ambigüedad o contradicción de lo
expuesto por el
compañero González en el debate con los principios ideológicos del PSOE, puesto
que el carácter no
socialista del programa estaba bien a las claras.
(*) El equipo «Reflexiones Socialistas» está formado por un grupo de militantes
del PSOE que mantienen
una postura crítica. Este articulo ha sido redactado por Manuel Turrión, Manuel
Abejón y José Manuel
Morán.