EL PAÍS, viernes 10 de diciembre de 1976
INTERNACIONAL
Profesor universitario, ensayista,... comentarista político del diario Le Figuro, estudioso de la sociedad
industrial, liberal recalcitrante, Raymond Aron, es una de las figuras intelectuales más importantes de
Francia. Sus libros, conferencias, informes y artículos han constituido un hito en las sociedades
occidentales y en el horizonte europeo. Aron ha evolucionado desde un romántico revolucionario juvenil
a posiciones moderadas, dentro de una línea de continuidad. Su presencia en Madrid ha significada para
él, un reencuentro con un país al que no había vuelto desde 1958. Horas antes de pronunciar su
conferencia en el Club Siglo XXI sobre el tema «Liberación y democracia». Alberto Míguez, dialogó con
él.
Raymond Aron habla de democracia, eurocomunismo y unidad de la izquierda, en Madrid
"Mitterrand da muy malos consejos a los socialistas españoles"
EL PAÍS. Se ha hablado mucho de las supuestas identidades entre el régimen autoritario de Oliveira
Salazar en Portugal y el régimen de Franco. A su juicio, ¿existió algún paralelismo?
R. A. El régimen de Oliveira Salazar fue personalista, antidemocrático y arcaizante. Pero no era desde
luego, un régimen fascista. Se trataba de una organización que deseaba ser benévola y terminó
convirtiéndose en policial. Si se compara con el régimen del general Franco, las diferencias son más
numerosas que los paralelismos. Franco llegó al poder tras una guerra civil terrible, como vencedor y
representante de uno de los bandos. Salazar, no. Por otra parte, el desarrollo social de ambos regímenes
difiere considerablemente. España es un país que en los últimos diez años logró participar del bienestar
occidental, y paulatinamente se modernizó hasta el punto que hoy su estructura social es semejante a la de
cualquier país europeo. El trasvase de ciudadanos a través de las fronteras —emigración y turismo—
abrió considerablemente el país hacia otros horizontes, cosa que, pese a todo, no sucedió en Portugal. El
régimen de Franco era en sus últimos tiempos —y pese a ciertos acontecimientos que están en la mente
de todos relativamente permisivo. Y malgré lui preparó al país para accederá una sociedad democrática y
pluralista. En nuestra época todos los regímenes autocráticos que no se basen sobre una organización
ideológica o partidaria estricta, son incapaces de suprimir el pluralismo.
Ambigüedad y reforma
EL PAÍS, ¿Cree usted que nuestro país camina hacia la democracia? ¿Qué opinión tiene de la política
reformista impulsada por el Gobierno del señor Suárez? —R. A. Yo soy en este asunto un espectador
comprometido. Y como tal, respondo. La experiencia española actual es singular. Los sucesores
designados por Franco se esfuerzan ahora en salvaguardar las libertades personales y establecer después
las libertades políticas. Pero este proceso no es fácil y depende de la habilidad de quien conduce la
operación en primer lugar y de la prudencia de los actores. Se trata de lograr la tolerancia de los extremos
(derecha e izquierda), que deben renunciar a sus posiciones maximalistas, lo que resulta complicadísimo.
El papel del Soberano aparece como fundamental, precisamente por su ambigüedad.
EL PAÍS. ¿En qué radica la ambigüedad de la Corona? ¿Puede convenirse ésta ambigüedad en un
elemento positivo y estabilizador?
—R. A. Yo creo que si. Distinguiría tres tipos de ambigüedades que se complementan. En primer lugar, la
del origen. El Rey ha sido designado por Franco y de alguna manera es su heredero. Pero también encarna
la «otra legitimidad» segunda ambigüedad defendida por los legitimistas. La tercera ambigüedad es que
pese a las dos que anteceden, el Soberano desea ahora conseguir la legitimidad del pueblo. Quienes
propugnan cualquiera de estas legitimidades, disienten de las dos restantes. Pero el país no podrá
reconciliarse consigo mismo si no es capaz de integrar estas tres ambigüedades, aparentemente
contradictorias. Sólo así se logrará la paz civil y la reconciliación.
EL PAÍS. ¿Cree usted que la alternativa se encuentra, entonces, entre la reforma y el continuismo?
R. A. No se pueden borrar casi cuarenta años en la vida de un país. Cuarenta años en los que el poder,
muy probablemente sólo representaba a una parte de los españoles, pero que todos los españoles (salvo
los exiliados) vivieron y que por tanto les conciernen. Por eso la idea de ruptura o depuración es
peligrosa. Si el proceso democrático se consolida, la ruptura con el régimen anterior será una realidad. La
dificultad estriba en que los españoles, como los franceses, se apasionan por las ideas y no por las
realidades. Y que a veces la izquierda responde a los excesos del viejo régimen con un vocabulario
parecido. EL PAÍS. La eventual entrada de España en Europa, ¿servirá para consolidar el sistema
democrático que se proyecta? ¿Qué fórmulas de participación de España en Europa le parecen más
viables? —R. A. Yo distinguiría tres formas diferentes, para la integración de España en Europa. En
primer lugar, el intercambio de personas y cultura que se está realizando desde hace anos y que creo, va
dando sus frutos. Después, la participación económica con la entrada en la CEE. Es una decisión que
depende sobre todo de los españoles, y que Francia apoya por razones de conveniencia política. Hay
problemas económicos, difíciles de resolver y el impacto será mucho menos importante de lo que tal vez
se crea, pero la integración española en la Europa Económica me parece inevitable. Por último, está la
integración militar atlántica, a través de la OTAN, que hasta ahora no ha sido posible por las
características antidemocráticas del régimen anterior. Semejante integración, que puede producirse antes
que la economía, serviría tal vez para revisar y mejorar los pactos militares bilaterales que España debió
firmar en otras épocas y que en el futuro tendrán que ser discutidos.
Todo esto será posible sí por fin se implanta en España un régimen de participación democrática, donde la
asamblea elija al Gobierna, y sólo así éste será respetado y eficaz. Yo veo a los españoles un tanto
obsesionadas con los problemas de la transición, lo que resulta hasta cierto punto lógico. Pero la
verdadera prueba vendrá después, una vez que se instale y comience a funcionar un régimen
representativo.
EL PAÍS. ¿Qué opinión tiene del eurocomunismo? ¿Habrá servido para mejorar
la imagen de los partidos comunistas occidentales y acabar con el anticomunismo de guerra fría?
—R. A. Somos nosotros, los no comunistas, quienes hablamos de eurocomunismo. Los comunistas no
utilizan este término. Si he de ser sincero debo decir que cuando los hombres y los partidos han
mantenido durante tanto tiempo ciertas actitudes, me resulta muy difícil convencerme dé que no las
mantendrán en el futuro. Provisionalmente los comunistas nos dicen que desean emplear otros medios
para llegar a los mismos objetivos. Me gustan los nuevos medios pero siguen sin gustarme los objetivos.
Por otra parte no pueden homolagarse los tres partidos eurocomunistas. Entre el francés y el italiano, por
ejemplo, subsisten grandes diferencias.
EL PAÍS. ¿Considera usted, entonces que nada ha cambiado en los partidos comunistas del sur de
Europa?
—R. A. Hoy los comunistas, para ganar las elecciones se distancian del modelo soviético, que ha dejado
de fascinarles, como en otras épocas menos plácidas. Es un hecho importante. Pero hay tres factores que
no parecen haber variado: en primer lugar, los eurocomunistas siguen defendiendo el llamado centralismo
democrático, que consiste en la imposición de una línea desde el estado mayor del partido. Además, no
han renunciado a las formas de filtración en los más diversos organismos e instituciones como si su
estrategia global no se dirigiera más que a la toma del poder por medios antidemocráticos. Por último, y
esceptuando los temas europeos donde hay una clara diferenciación, los comunistas del sur de Europa
siguen sosteniendo la línea política y diplomática de la Unión Soviética como la única válida.
Socialistas y comunistas
EL PAÍS. La estrategia de unidad de la izquierda (bastante avanzada en Francia, en génesis en otros
países) ¿conducirá a socialistas y comunistas, juntos hasta el poder?
R. A. En lo que concierne a Francia le diré que la «Unión de la Izquierda» tiene bastantes posibilidades de
ganar, pero ninguna de gobernar. Mitterrand está dando muy malos consejos a los socialistas españoles, al
decirles que se alien con los comunistas. Los socialistas del sur de Europa deberían a su revolucionarismo
y convertirse en verdaderos partidos democráticos, reformistas, socialdemócratas. Si desean transformar
la sociedad de arriba abajo, fracasarán inevitablemente. España, por ejemplo, no podrá ser gobernada en
el futuro por un nuevo frente popular. Para los socialistas jugar la carta del frente popular es prepararse
para permanecer en la oposición permanentemente. Palme y Mitterrand se equivocan cuando dicen que
volverán los frentes populares. Hoy las decisiones fundamentales no se toman a nivel nacional, sino
internacional. Si nuestros países quieren seguir formando parte de eso que se llama la sociedad occidental
capitalista o «burguesa» (de pende de quien lo diga) no podrán cambiarse radicalmente las estructuras
sociales e internacionales que la mantienen en pie. Esos cambios radicales son imposibles y los socialistas
debían entenderlo, y convertirse en partidos que aspiran al poder, no a la frustración.
EL PAÍS. Parece indudable que la crisis económica internacional ha tenido, está teniendo y tendrá
consecuencias políticas muy importantes, ¿hasta cuándo se extenderá?
—R. A. Yo creo que en el tema de la crisis se han confundido dos o tres nociones, y varios fenómenos
diferentes. Entre el segundo semestre de 1974 y el primer semestre de 1975 hubo una baja aproximada del
15% en la producción de los países occidentales, como producto de la inflación incontrolada que se
arrastraba de 1973. Al mismo tiempo se produjo un aumento del desempleo. Tras el segundo semestre de
1975 y hasta la primavera de 1976 hubo una cierta reprise o recuperación en la RFA, USA y Francia. A
partir de ese momento el crecimiento se estanca y los especialistas en estos temas no saben muy bien si
habrá una nueva caída o si se trata, simplemente, de una estabilización. La palabra crisis es un tanto
equivoca, porque para algunos es simplemente la baja momentánea de la producción y para otros la
prueba de que nuestra sociedad no es viable. Yo creo que tenemos todavía varios actos de crisis, es decir,
que no será fácil de recuperar la opulencia de otras épocas, entre otras razones porque el tema de la
energía está todavía sin resolver. Y que las dificultades continuarán hasta los años ochenta. Pero no
conviene exagerar ni ser apocalípticos. Para nadie es un secreto que Occidente vive en una situación
peligrosa, y especialmente Europa, en cuyas fronteras está estacionado un poderoso ejército que crece sin
cesar. ¿Quiere eso decir que estamos acabados, que nuestro proyecto de sociedad pluralista no se
mantendrá? Pienso que no. Pienso que nuestra sociedad occidental, a lo largo de su historia, se ha hecho
en la crisis y se ha reafirmado en las dificultades. Así pues, soy pesimita en algunos aspectos y optimista
en otros. Pero no creo en la débacle.