DEAN RUSK, EN MADRID
La visita de Dean Rusk a Madrid significa la continuidad de una relación amistosa entre España y Estados
Unidos, iniciada por el almirante Sherman, que tomó forma concreta en unos convenios económicos y
militares firmados en 1953. Al margen de los conceptos puramente defensivos de la alianza, concertada
para contribuir al mantenimiento de la paz y seguridad internacional, es justo reconocer que de la amistad
con Estados Unidos se han seguido muchos beneficios para España. Con motivo de cumplirse en estos
días el octavo aniversario de los Acuerdos de mutua defensa y ayuda económica, M. Richard S. Aldrich,
director de la Misión de Operaciones de los Estados Unidos en España, ha recordado que el valor de las
mercancías que han entrado en nuestro país, en virtud del apoyo económico de Estados Unidos, "es tres
veces mayor que la suma de recursos españoles empleados en nuestros esfuerzos militares conjuntos
durante este período". El total de la ayuda económica de Estados Unidos a España hasta el presente año
suma 1.124 millones de dólares. M. Aldrich afirmó a continuación: "Hoy nos encontramos en el
comienzo de una nueva fase de nuestras relaciones económicas. España ya no necesita la inyección de
grandes cantidades de primeras materias simplemente para mantener su economía a flote. Hoy lo
necesario y oportuno es más bien concentrarse en el desarrollo económico. Estados Unidos seguirá
ayudando a España en esta nueva fase de maneras adecuadas para financiar proyectos de desarrollo en sus
actuales y futuras circunstancias."
Esto, por lo que afecta al aspecto económico de los Acuerdos. Respecto a la parte estrictamente militar de
los mismos; el Jefe del Estado español, en el discurso pronunciado en Burgos el primero de octubre,
apuntaba, con vistas a la renovación de los Tratados de Defensa, cuyo vencimiento se cumplirá dentro de
dos años, la necesidad de estudiar su revisión, como consecuencia de los progresos técnicos en la
estrategia militar.
Tal es la situación en el momento de la llegada a Madrid del secretario de Estado norteamericano, Dean
Rusk, visita interpretada en las esferas diplomáticas de Washington "como la expresión del deseo oficial
de los Estados Unidos de hacer patente ante el mundo su deseo de mantener una estrecha cooperación con
el Occidente de Europa". Es el cuarto ministro de la Administración Kennedy que visita nuestro país, y
como hacía su antecesor en la Administración de Eisenhower, el inolvidable y leal amigo de España
Foster Dulles, después de asistir a las reuniones del O. T. A. N. celebradas en París ha venido, invitado
por nuestro ministro de Asuntos Exteriores, a notificar al Jefe del Estado español de lo tratado en
aquéllas.
Dean Rusk, alumno brillante de Filosofía, Política y Economía, pudo dedicar pocos años al profesorado,
que era su vocación. La guerra le arrebató en sus vorágines, llevándole hacia otro hemisferio inflamado y
turbulento, antípoda al de bibliotecas y aulas soñado por el profesor. Por su preparación universitaria fue
elegido para misiones de confianza en puestos de información y enlace.
Por el acierto en el desempeño de sus funciones y utilidad de sus servicios, Dean Rusk fue
constantemente solicitado aún después de la guerra, hasta 1952, para aquéllos puestos difíciles que exigen
un hombre experimentado, capaz y con imaginación e iniciativa. Un cambio en la orientación
gubernamental de Estados Unidos le apartó de la política, y durante diez años fue presidente de la
Fundación Rockefeller. Al triunfar Kennedy, le llamó para ocupar la Secretaría de Estado.
A Dean Rusk le incumbe la terrible y formidable responsabilidad de conllevar, con señalado esfuerzo, la
rectoría del mundo libre, en virtud de la carga aceptada por Estados Unidos de organizar la defensa
universal, en la que invierte sus inconmensurables riquezas, de tal modo que sus gastos de guerra suponen
más que los de todos los países de Europa juntos. Se ha dicho que cada ciudadano americano contribuye
anualmente a la defensa de Europa con una cantidad mayor a la de cualquier europeo.
Dean Rusk, experto conocedor de los problemas que afectan al Viejo Continente, sabe muy bien lo que
significa la alianza de España para la defensa de Occidente, por su situación geográfica, sus bases, sus
costas y lo que vale más que todo eso: su unidad política y su inmunidad contra el comunismo. Los
avances tácticos y las novedades en las máquinas bélicas han podido depreciar el valor estratégico de
otras zonas; pero en nada han afectado a España. El tiempo y las invenciones, lejos de restar importancia
a nuestro país, la acrecientan. Por otra parte, las relaciones entre los dos pueblos se desenvuelven en un
ambiente de cordialidad que tiene su fundamento en la lealtad a la palabra empeñada. La mejor garantía
para continuar en esta unión, en la que están igualmente interesados los Gobiernos de ambos países, como
se dice en el prólogo de los Acuerdos, es un proceder noble y sincero. El secretario de Estado
norteamericano, durante su estancia en Madrid habrá podido apreciar la buena disposición del Gobierno
español, y, a la vez, habrá comprendido que las observaciones de España están dictadas por el deseo de la
mayor eficacia y mejor cumplimiento de lo pactado en orden a la defensa de Occidente y a la paz del
mundo.