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EDITORIALES
ESPERANZADOR
DECIAMOS en un reciente editorial que política es hacer algo y, simultáneamente, defender la
posibilidad de hacerlo frente a los que quieren impedirlo.
El mensaje de Franco en la Navidad de 1972 fue un mensaje programático: la confirmación de que el
dinamismo político continuaba hecha oportunamente, cuando algunos parecían ponerlo en duda. El
mensaje que Franco ha dirigido a los españoles el 30 de diciembre de 1973 tenía que estar decisivamente
orientado por el dramático acontecimiento que ha ensombrecido esta Navidad: el asesinato del presidente
del Gobierno, señor Carrero Blanco. Era natural que el mensaje se centrase en el segundo aspecto de la
política que hemos mencionado: la defensa de la sociedad, porque, en realidad, la cobarde agresión ha
sido contra la misma sociedad española, como ha señalado Franco; ella es también la amenazada en su
paz y en su futuro. Sin embargo, aunque por otras razones, podemos aplicar a este mensaje el mismo
calificativo que al anterior.
Es esperanzador el mensaje porque ha sido la confirmación, hecha por quien podía hacerla con la máxima
autoridad, de que la exasperación de una minoría terrorista, que, ciertamente, "a nada ni a nadie
representa", no podía provocar una reacción análoga, pero contraria, ni interrumpir, como era sin duda su
propósito, la firme marcha de un pueblo que confía en los órganos del Estado "para administrar justicia y
asegurar el orden bajo el imperio de la ley". Por esto no ha habido siquiera que acudir a medidas de
excepción. Como se dice en el mensaje con frase particularmente feliz, el intento criminal se ha ahogado
en la madurez del pueblo español.
LAS instituciones han funcionado, las leyes han respondido; el Jefe del Estado ha hecho mención
especial del Príncipe de España, que ha vivido estas horas "con la discreción, prudencia y virtudes
castrenses que le son familiares", y de las Fuerzas Armadas, hacia las que significativamente se vueIven
siempre las miradas en momentos de crisis, como disciplinados y responsables guardianes de la paz y
defensoras de las instituciones nacidas de esa paz. Pero las primeras palabras del mensaje han sido para el
pueblo español en general. El pueblo español ha estado en su sitio. Como en diciembre de 1946 o en
diciembre de 1970, aunque esta vez su modo de manifestarse haya consistido en "la serenidad, la
adhesión y la confianza" que ha registrado, reconocidamente, el Jefe del Estado; la tranquilidad con que
se ha mantenido el ritmo de cada día; de un día normal de la paz española.
Pero esto, que podía esperarse, no había sido puesto a prueba. La tenemos ahora, a costa del sacrificio de
un hombre bueno, de un gobernante que con su muerte ha prestado así su último, y quizá más importante,
servicio a la Patria. Es virtud del hombre político la de convertir los males en bienes, ha recordado
Franco. El bien que ha producido la muerte del presidente asesinado ha sido darnos esa seguridad ante el
futuro. Lo revelan los comentarios internacionales de prensa; el prestigio que el régimen ha ganado en la
opinión mundial, ante cuantos pudieron creerle capaz de superar el trance pasado, pero no como lo ha
hecho: sin perder la calma, ni descomponer el paso, ni cambiar la actitud, ni modificar los objetivos.
A éstos se ha referido también el Jefe del Estdo. "De aquí—ha dicho—la necesidad de reforzar nuestras
estructuras políticas." Era el objetivo de la llamada "ofensiva institucional" que parecía a punto de
acometer el Gobierno Carrero, y que hace falta proseguir y, si es necesario, acelerar. Como a todos los
pueblos de Occidente, nos esperan años duros, y para afrontarlos nos es más necesaria que nunca la
unidad. Franco, que sabe cómo gracias a ella superamos situaciones mucho peores ("clave del éxito de
nuestra obra", la ha llamado) ha urgido a ella; pero puntualizando inmediatamente: "unidad que no
significa uniformidad". Pues bien; esa unidad sin uniformidad es la que puede darnos el desarrollo
institucional que nos ponga definitivamente en forma frente a un mañana que ya está aquí, que estamos
tocando.
La proclamación de nuestra tradicional política exterior, la convicción de que "las diferentes naciones
forman una comunidad mundial interdependiente" y nuestro apoyo a la defensa de la paz entre los
pueblos han sido los puntos restantes del mensaje. Por ellos, y muy especialmente por cuanto hemos
comentado antes, nos parece justo, repetimos, el calificativo de esperanzador. Hemos puesto juntos los
dos: el de 1972 y el de 1973. Ambos se complementan. Son breves, claros, precisos, enérgicos, abiertos e
integradores. Y pensamos: ¿qué mejor programa para el Gobierno que con el año nuevo empezará su vida
nueva?