A quien votar ABC. 18/02/1979. Pág. 3. Párrafos 9. A QUIEN VOTAR TODAVÍA son muy altos los porcentajes del voto indeciso en las encuestas de opinión. Hay un evidente desconcierto que se compone de electores inclinados a la abstención, acaso porque no confían ni en la clase política ni en el sistema democrático; y de presuntos votantes que no tienen tomada su decisión entre las varias opciones existentes que se les ofrecen. Los primeros, los abstencionistas, representan un síntoma importante por tratarse del primer ejercicio constitucional del derecho electoral, después de promulgado el texto del ordenamiento supremo. Y el cotejo con otros porcentajes abstencionistas de elecciones españolas de antaño, más antiguas que el año 1931, tiene escasa relevancia, teniendo en cuenta la enorme densidad actual de los medios de comunicación que llegan al último rincón y a! más remoto hogar de la Península, con lo que la abstención en este caso es mucho más significativa como rechazo popular o como signo de indiferencia resignada ante un sistema poco sugestivo. Otro aspecto es el voto todavía dubitativo que es un alto porcentaje de los muéstreos últimos. Hay motivo para suponer que no corresponde esa duda a los votantes de ´la militancia partidista, comprometidos desde un principio, y que estamos ante ese ancho mar de los que sin pertenecer a una ideología bien definida se inclinan, sin embargo, por una tendencia claramente orientada hacia la moderación. En ellos incide con especial y afilada insistencia la susurrada táctica del llamado «voto útil». El «voto útil» es en estos momentos la última gran falacia destinada a engañar a los incautos. Va dirigida a los inocentes de buena fe que comprueban cotidianamente los evidentes resultados que el bienio último ha producido. La serie de problemas irresueltos que se han dejado sobre la mesa para «gobernar después». Los hechos irrefutables que desmienten rotundamente las promesas y las palabras. La crisis de confianza que invade a extensos sectores de la vida española que no abren un mínimo crédito de a p.o y o o esperanza a quienes recibieron sus votos masivos en junio del 77 y, olvidando aquel mandato, tomaron otro rumbo enteramente distinto, cuyas consecuencias observamos en toda su plenitud. A esa enorme masa dentro de la cual se mueve el voto ´indeciso, se le insinúa que repita otra vez el lamentable experimento. «Porque —así se le dice— se evita que llegue el colectivismo al Poder.» Es la famosa doctrina del mal menor, grata a determinados teólogos del probabilismo y recogida con incrustaciones tecnológicas y sociológicas por otros teologantes de nuestro tiempo. Pero, ¿qué tiene de sólido, de cierto, de con» veniente este canto de sirena desespe- rado de quienes ven fundirse su caudal de votos probables ante el sol de la airo dadora tendencia popular? No tiene nada. Ni es argumento válido; ni aa tiene en pie; ni sirve para el caso. Unas elecciones no se hacen solamente para elegir representantes parlamentarlos, sino también para registrar los cambios ocurridos en las tendencia» de opinión. Y aquí se quiere que nada cambie. O mejor dicho, que no se reflejen esas profundas corrientes nuevas. Pero eso es tanto como falsear el fundamento de un sistema democrático. El voto útil será el que manifieste con claridad que hay millones de votantes en el centro y en la derecha que no están de acuerdo con el rumbo y con el desorden que llevan las cosas. El voto útil será el que transforme esos millonea da sufragios en decenas de escaños capaces de Imponer con su presencia una nueva orientación coherente y realista a la política ambigua y equívoca que predominó hasta ahora. Ese voto útil es el que puede impedir con su volumen y caudal, que la fuerte tentación de llevar a cabo una continuación del consenso, esta vez extendido a un gobierno centro-Izquierda, lleve a una situación más difícil y agravada a la coyuntura económica y social y al clima de Inseguridad ambiente. El voto útil es el que puede ser decisivo para que en este país se consolide definitivamente el sistema democrátivo evitando la degradación y el descenso hacia situaciones límites. Ese voto útil es el que puede sacar al país adelante con un programa de gobierno breve, sencillo y realista, que la Coalición De mocrática propugna y hará público en e! curso de estos días. Ningún país del Occidente democrático se rige por el consenso. Por el contrario, es el disenso —the right to dissent— la esencia del sistema político libre. Los Gobiernos en el Poder mantienen la coherencia de sus programas, sean éstos laboristas, socialdemócratas, conservadores, liberales o democristianos. ¿De dónde sale esa ridicula advertencia de la «polarización» derecha-izquierda de la política española que seguiría a un neto gobierno de centro-derecha? ¿Por qué si la mayoría de! voto y del Parlamento gravita en esa dirección ha de renegarse de gobernar en tal sentido? ¿Dejaría de hacerlo el socialismo si obtuviera la mayoría de la Cámara? Evidentemente, no. Y ¿daría ello lugar por ventara a un riesgo de «polarización»? Los enfrentamientos civiles no son debidos a que existan dos grandes grupos sociológicos predominantes en un país con sentido izquierdista o derechista. Ahí están Gran Bretaña, Francia o Alemania occidental para probarlo entre veinte ejemplos más. Lo que lleva el choque directo es la falta de desarrollo económico y social o el escaso nivel de educación cívica de una nación, y España, por fortuna, ha rebasado con amplitud y para siempre los planteamientos de la violencia fratricida. ¿A quién votar? A quienes en conciencia creáis más capaces de interpretar vuestra voluntad. A los que sean una esperanza cierta de resolver los graves problemas pendientes. José María de AREILZA