¿Elecciones municipales? ¿Con qué garantías? El País. 17/12/1977. Pág. 9. Párrafos 22. EL PAÍS, sábado 17 de diciembre de 1977 OPINIÓN 9 ¿Elecciones municipales? ¿Con qué garantías? JOSÉ MARÍA GIL ROBLES Vuelve a cobrar actualidad el problema de las elecciones municipales. Todos cuantos esperan, con mayor o menor fundamento, mejorar en los comicios locales las posiciones ocupadas el 15 de junio se esfuerzan con toda lógica por acelerarla nueva consulta electoral. He dicho que lo hacen con perfecta lógica, aunque dudo que en todos ellos haya la misma sinceridad. Por la marcha normal del arti-lugio que en amable contubernio han montado ei Gobierno y las principales oposiciones parlamentarias, el Partido Socialista se ´ ve empujado hacia el Poder. Hoy por hoy la posibilidad parece todavía lejana, lo que permite a Felipe González pasearse por el mundo y dormir tranquilo. Pero, ¿qué ocurriría si las elecciones municipales dieran un nuevo empujón al marxismo, cosa bastante verosímil? Seguro estoy de que las carnes se les abrirán, como vulgarmente se dice, a los directivos de esos grupos, que hoy ven tranquilos y gozosos corrió un informe conglomerado de ex demócratas aspirantes a una eventual sucesión, aparecido por el campo político español bajo el cayado pastoril del antiguo man-damás del Movimiento, está realizando a costa de su propio desgaste el programa de la Oposición. ¡Qué prueba tan dura para el amigo Felipe tener que compartir con el compañero Adolfo, en una coalición de momento limitada, el inevitable enfrentamienío con los problemas que a diario se agravan, y todo ello bajo la mirada socarrona de Carrillo^ ferviente partidario de una colaboración más amplia, que sabe perfectamente que hoy por hoy no es viable! A menos que el ac-}ual compadrazgo no lleve a nuestra escena política una de esas combinaciones tripartitas que hacen la delicia de los espectadores de las comedias ligeras francesas. Pero volvamos a las elecciones municipales, en cuya colaboración descansan las diversas hipótesis a la vista. Para Suárez —en fin de cuentas, para España— la contienda puede ser decisiva, y pensando en ella está desarrollando sus talentos tácticos y logísticos, que tal vez un.día se revelen al servicio de grandes concepciones estratégicas. Hoy por hoy su estrategia parece más bien de campanario. Por lo pronto lucha denodadamente por convertir en partido unido de aspiraciones satisfechas lo que hasta ahora no ha sido más que acuerdo limitado de apetitos en contienda. Cuando se escriben estas líneas el resultado favorable a la maniobra ofrece escasas dudas. Sobre esa base, suficientemente fuerte para una temporada, tiene que montar, o mejor dicho, conservar el tinglado electoral de los Ayuntamientos, que en términos muy generales siguen siendo los mismos que durante la época franquista. Con un buen equipo de gobernadores civiles, que ya dieron en junio sobradas pruebas de su excelente disposición para estos lances, las nuevas corporaciones locales de los pequeños núcleos de población serán lo mismo que durante las pasadas décadas. ¿Que el marxismo avanza en las ciudades y en los núcleos fuertes de población? No importa. El Gobierno se asegurará los municipios rurales y el juego de las oligarquías seudorrépresentativas podrá seguir hasta las nuevas elecciones legislativas. Siempre que en 1978 no se dé un 14 de abril de 1931. ¿No ha pensado el señor Suárez que en este auténtico juego de contertulios, la enclenque democracia española puede sucumbir en cualquier tropiezo imprevisto? ¿No ha pensado que incluso para sus propios fines —no quiero inferirle la ofensa de decir que no sean la consecución del bien común— sería más conveniente que diera.al país unas mínimas garantías de imparcialidad en las elecciones municipales? ¿Cree sinceramente que celebrar la consulta popular para la renovación de las corporaciones locales bájo el signo del actual caciquismo, es una política medianamente seria? Lo mínimo que el Gobierno puede hacer, y por fortuna parece que dispone para ello de tiempo suficiente, es establecer un régimen municipal transitorio que presida la contienda electoral. La solución estaría en el nombramiento de unas comisiones gestoras que se encargaran de mantener el reducido ritmo indispensable para evitar un colapso, la actividad de los Ayuntamientos desde la convocatoria hasta la celebración de las elecciones. Plazo que no debería ser excesivamente corto, para evitar maniobras de influencia decisiva en el último instante. Tales comisiones gestoras tendrían que ofrecer en su composición urnas mínimas garantías de imparcialidad. A titulo de ejemplo, me atrevería a apuntar las siguientes ideas: 1.a Ninguno de los miembros de la comisión gestora sería designado entre las personas que durante los últimos quince años hubiera desempeñado cargos en la Administración municipal o en organismos estatales o paraestatales de influencia social o económica en la vida local. 2.a No sería válida la candidatura para las elecciones de ningún miembro de la comisión gestora. 3.a Salvo casos de necesidad debidamente comprobada o de conveniencia prácticamente indiscutible, ningún gestor debería haber ostentado durante el año precedente cargos directivos en los partidos firmantes delpacto de la Moncloa o de convenios similares. 4.a La infracción de estas normas permitiría la impugnación de la validez de la elección de la persona a la que la incompatibilidad alcanzase. Las próximas elecciones .municipales pueden ser decisivas para el porvenir de la incipiente democracia española. Sería funesto que a fuerza de habilidades y componendas se montara un nuevo tinglado caciquil para asegurar un precaria continuidad de lo actual. No se olvide que si la realidad oligárquica de los tiempos de la Restauración no desembocó en una verdadera democrática, fue porque las grandes figuras que la encarnaron —y las que posteriormente pretendieron corregirla, como Antonio Maura— no dis- pusieron de una masa ciudadana suficientemente formada en que apoyarse. Hoy, la realidad sociológica tampoco es favorable, aunque por razones más hondas y más graves. La masa desorientada, temerosa y todavía influida por los restos del franquismo que votó la mal definida posición centrista, comienza a sentirse defraudada y puede no resistir la tentación de inclinarse por los que le ofrezcan soluciones más radicales y simplistamente tranquilizadoras. Del otro lado, las masas que han votado los candidatos marxistas ven con desconfianza las maniobras de pasillo de sus representantes políticos y la táctica facilitona de los golpecitos en la espalda. No se olvide que las centrales sindicales más fuertes, las que más decididamente apoyan a sus partidos integrantes de la Oposición, apenas »J representan un 25% de las masas trabajadoras, expuestas a ser manejadas por minorías incontroladas y cada día más radicalizadas. Díganlo las huelgas «salvajes», cuyos efectos ya hemos experimentado y que pueden desequilibrar de un modo definitivo nuestra enferma y vacilante economía, sobre todo en una fase de privaciones. Se acercan días de sacrificio, de prueba, de molestias individuales y colectivas, que-todos tenernos la obligación sagrada de afrontar por el bien del país; nos gusten o no nos gusíen. Que no nos obligue el Gobierno a entrar en ese incómodo camino por la puerta de las ficciones, de las maniobras, de´los compadrazgos. El momento exige más que nunca sinceridad en el Gobierno y en las oposiciones. En otro caso, la gran masa de los ciudadanos, escépíicos y desengañados, puede inclinarse hacia esos radicalismos dé signo opuesto de donde nacen las tnás peligrosas violencias.