Un nuevo Despeñaperros
ANTONIO BURGOS
En la capilla de la Virgen de los Reyes de la catedral de Sevilla hay un plateresco baldaquino que suele
pasar inadvertido en los cernudianos atardeceres del templo: Per me reges regnant: Por mí reinan los
reyes. Una frase análoga debería ser escrita en el frontispicio del futuro estatuto andaluz: «Por mí las
Españas que sólo hablan castellano son autónomas». Porque si bien a Andalucía le ha llegado la preau-
tonomía como todo, como la revolución industrial y como el desarrollo, como la conquista castellana y
como el fin del monopolio del comercio con Indias, tarde y mal, la verdad es que aquí abajo fue donde
por vez primera se pidió la autonomía en castellano, en la misma lengua que se hablaba en Madrid. Un
esquema a lo II República, de unas regiones con estatuto y otras regiones sometidas al centralismo
secular, un esquema hace ya muchos meses superado se rompió precisamente aquí. El estampido que, en
palabras ministeriales, «rompía la barrera del sonido» de las autonomías, sonó en Madrid, pero la
velocidad contra el resbaladero de la historia había sido superada aquí, quizá en el primer viaje periférico
del Rey. aquella primavera sevillana de 1976, en que un Borbón gritó «¡Viva Andalucía!», el grito que
por última vez había sido escuchado en agosto de 1936. cuando caía muerto Blas Infante.
Esquemas rotos
Todos los esquemas para poder contemplar a Andalucía se han roto. Hay que archivarlos junto con las
coplas de Quintero. León y Quiroga o hay que colocarlos en el anaquel de la historia y del conocimiento
profundo de la región, con las agitaciones campesinas de Díez del Moral o con las crónicas lebrijanas de
Azorín. No hay que engañarse al reconocer que Andalucía tiene hoy reconocida una personalidad política
propia por tres razones que hasta ahora no se habían dado en la historia: ha habido una burguesía que ha
creído de veras en el regionalismo, encarnado por los esquemas autonomistas del partido en el Poder: ha
habi-do una conciencia de identidad andaluza en el pueblo, a pesar de la enajenación secular que supuso
su falso folklore y su tipismo de cartón-piedra, y ha habido, finalmente, unas organizaciones de izquierda
que han jugado por vez primera en la historia andaluza la carta de la autonomía. Puede resultar novedosa
una Andalucía que en vez de llenar las calles para ferias y procesiones lo hace para pedir puestos de
trabajo e inversiones. Puede resultar novedosa una Andalucía sin «señoritos», sino con empresarios que
ven en la autonomía el futuro de la sociedad de libre mercado que defienden. Puede resultar novedosa una
Andalucía en que los mismos partidos de izquierda que dejaron solo y ante los fusiles a Blas Infante
durante la II República son ahora los que juegan, para ganarla, la carta de la autonomía.
La nueva valoración
Hay. pues, una nueva Andalucía en pie, para cuya valoración no valen los esquemas hasta ahora
utilizados, ni el tópico grana y oro de una tierra «alegre como una rosa», ni el tópico trágico y cruento de
Casas Viejas, del latifundio, del paro y la emigración; sigue habiendo emigración y paro — ¡cómo que si
hay paro!—, pero hay que enjuiciarla realidad del subdesarrollo a la luz de otro sistema de relaciones
políticas con los poderes fácticos del Estado. Cuando don Juan Carlos gritaba «¡Viva Andalucía!» en el
patio de los Abasidas del alcázar sevillano, ponía a su modo el Per me reges regnan que había colocado
Fernando III en el baldaquino de la Virgen de los Reyes. «Por mí —podría haber dicho el Rey— España
será autonómica, empezando por Andalucía.»
Levantamiento
Queda todavía, y más en estas fechas, mucho que ver y que escuchar del viejo tópico andaluz: del tópico
de derecha, del tópico de izquierda, del tópico del centro. Tiempo habrá de pasar antes que nos demos
cuenta de que la Andalucía de Casas Viejas ya no existe, que la Andalucía de los partidos turnantes ya no
existe, que la Andalucía de los planes de desarrollo y los trenes de las lágrimas ya no existe.
La región se ha levantado, ha cobrado conciencia de su cultura, de su lengua, de sus riquezas, de su
potencial humano, de su minería, de sus resortes turísticos, de sus mares... El futuro de Andalucía no va a
estar al al albor de copleros ni viajeros franceses en busca de Cármenes. Se están encontrando nuestras
raíces culturales. Se está empezando a hacer antropología y sociología para dejar de hacer pastiche
florido.
Pero ojo al cirio, que la procesión es muy larga, y que los andaluces no podemos afrontar un futuro de
libertad política repitiendo esquemas manidos, juicios de valor sobre una Andalucía que ya no existe,
mientras se silencia otra Andalucía que ha empezado a existir.
Porque lo primero que habrá que empezar a tener en cuenta es que Andalucía existe, que. si bien las
diferencias con el resto de España son patentes, se ha alzado un nuevo Despeñaperros. Antes era el
Despeñaperros del hambre, de la pobreza, del sol y del olé. Ahora debe ser el Despeñaperros de las
exigencias a España, de la solidaridad, de la justicia, como, con la claridad de un visionario, mártir de su
patria, escribió Blas Infante en 1919: «No habiendo sido jamás Andalucía entregada a sí misma desde la
conquista y dominación cristiana que vino a absorber nuestros jugos vitales y a esterilizar nuestro genio
creador, no puede decirse que sea Andalucía incapaz de regirse bajo las nuevas condiciones. Cuantas
veces fue libre, creó nuestra región las únicas maravillosas civilizaciones que existieron en España.»